lunes, 16 de enero de 2012

Memorias de Málaga


                                                                              
No soporto viajar en autobús, lo paso mal, incluso si se trata sólo de entrar en una estación para recoger o llevar un familiar o un amigo, no lo puedo evitar, miro los autobuses que entran y salen con un sentimiento de pérdida, de melancolía. Es similar al que se siente cuando se te muere el perro, o el gato, y te juras que no vuelves a tener otro en tu vida para no repetir ese sufrimiento otra vez. Y eso me pasó a mí con un autobús, sí, un autobús….


Era en la Málaga de los años 70, yo tenía 12 años, y todas las mañanas lo veía asomar su morro por el semáforo que le daba entrada a mi calle, venía ya cargado de la parada anterior en el Muelle de Heredia, en mi parada de la calle Cuarteles éramos solamente mi hermano mayor, dos niños vecinos muy antipáticos y yo. A esa edad en la parada del colegio no se hablaba de nada, no había conversación, se jugaba a algo (las chapas en el suelo principalmente) o se miraba al infinito. Yo pensaba en el autobús, que en cualquier momento entraría en nuestra calle con su cara metálica (esa gran sonrisa cromada siempre puesta), unos ojillos redondos que te hacían cerrar un poco los tuyos también, y esa enorme frente de cristal dividida en dos, cada lado con su limpia-parabrisas que en los días escasos de lluvia tardaban una eternidad en recorrer su parte, haciendo chirriar la goma.


Era nada menos que un Pegaso modelo 5010 de transporte urbano mínimamente adaptado al trasporte escolar, y digo mínimamente porque realmente creo que lo único que lo distinguía de sus parientes que andaban por Málaga era el cartelito metido en una urna en su frente: Colegio Los Olivos.


Me gustaba todo de él, la frente y la zaga redondeados, nada de las aburridas líneas rectas de los finales de los 70. Las puertas laterales en acordeón - eso era lo mejor!- que en las paradas y a la orden del chofer -con un simple botón- se abrían haciendo un ruido como el aire que salía de la olla express de mi madre al quitarle la válvula. Me gustaban los sencillos asientos de madera muy fina, como de chapón barnizado, individuales, duros como piedras. Las enormes ventanas con esquinas redondeadas (también), los asideros que recorrían el pasillo de punta a punta pegados al techo y que nunca vi usar a nadie, se reirían de ti si lo hicieras (a esa edad hay mucha crueldad), el suelo de metal rallado y con bultitos. Me gustaba todo. Era divertido, como coger un autobús urbano para ir al mercado o al centro con mi madre en vez de ir al colegio!. 


Y tenía nombre, la Ronbacardí, nombre que llevaba imprimido en letras enormes en sus dos costados, orgullosa lo enseñaba por toda la ciudad, y más orgulloso me sentía yo de ir montado en ella. La Ronbacardí era mujer, una mujer ya muy entrada en años que al salir de los semáforos se le retorcían las tripas -y eso que Juan el chofer la trataba con mimo- y se quejaba. Era lo que más le costaba, arrancar. Una vez lanzada, recorría muy ligera las interminables avenidas y arrabales de esa Málaga en crecimiento, y su alegría se contagiaba a los niños que le cantábamos a Juan una canción con rima: “para ser conductor de primera, acelera, acelera, para ser conductor de segunda, ten cuidado con las curvas, para ser conductor de tercera, ten cuidado con la acera”, y así hasta llegar a cinco ó seis, que yo recuerde.
Lo amargo llegaba al final del viaje cuando teníamos que subir las colinas con olivos del Puerto de la Torre, ahí la edad de la Ronbacardí quedaba en evidencia y los demás autobuses nos adelantaban sin piedad (sobre todo el modernísimo autobús de la ruta de Torremolinos) y llegábamos siempre los últimos y humillados al colegio.   


Y todo hasta que una rarísima mañana de otoño del año 1975 -creo que era 20 de noviembre- mis padres se tomaron el desayuno en silencio y con unas caras como de miedo, en la radio sólo sonaba música clásica y hasta los niños mayores del autobús iban calladísimos. Ese fue el último día que recuerdo de mi querida Ronbacardí. Cuando llegamos al colegio, los curas, como pajarracos negros envueltos en enormes sotanas agitadas por el viento, hacían señales a los conductores para que volvieran directamente para la ciudad. Era día de luto porque había muerto un tal Franco, según me dijo mi hermano. 
Y ahí se acaban bruscamente los recuerdos de mi autobús. Después llegaron las cosas en color, las líneas rectas, la democracia, y nos fuimos a vivir a una ciudad abarrotada de gente y sin Mar, Madrid, donde a mí no se me había perdido nada.







6 comentarios:

  1. Siempre hay una alguna cosa que se aferra a nuestros recuerdos de una manera tan clara como si la tuviésemos delante.
    Alguna cosa que, como hoy en días de lluvia te ataca sin piedad y te entra la añoranza y la melancolía, por ese tiempo de niñez que recuerdas con nostalgia, a pesar de sus malos momentos porque los había, siempre los buenos los superan o al menos estos te quedan en la memoria de una forma especial.

    Me ha gustado esta entrada, con toda suerte de detalles, incluso uno que nos cambio sustancialmente, al igual que con la noticia de hoy, que nos ha traído viejos recuerdos también.

    Que descanses querido, besitos azules muasssssssssssssss


    PD: gracias por tu aportación hoy, se ve que la cosa ha tenido éxito, ha gustado a la gente eso de participar XD

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  2. Justo entonces mi hija mayor Leticia del Carmen, nacida en la actual USP, cumplía 15 días, la televisión era en blanco y negro y los autobuses Portillo no tenían aire acondicionado, simplemente sus ventanas podían permitir la ventilación y las reclamaciones de algunos, quizás hasta se toleraba fumar a bordo.
    Gracias José María, por activar la memoria colectiva.

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  3. Llegaron las cosas en color, las lineas rectas y la democracia!! es muy buena esta combinacion de ideas. Y ademas totalmente cierta. Todo eso lleg'o al mismo tiempo y por cierto para satisfaci'on de la mayor'ia, aunque a t'i te llevaran a Madrid, donde no se te hab'ia perdido nada. Jajajja... asi es la vida cuando se es tan pequeno en el 75.

    Enhorabuena, Jose Maria, por tu nuevo blog. Espero que no nos abandones en el otro.

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  4. Gracias por vuestros comentarios! ha sido un placer rememorar cosas de esa época, y cuando escarbas en tu pasado te das cuenta de que en los pequeños detalles (los cromados de un autobus, el sonido de olla express de las puertas, esas esperas en la parada del colegio, etc) son las que van dando forma a tu vida y se te acompañan para siempre.

    Porque de esos detalles, que parecen nímios y sin importancia, vas tirando, vas escarbando en tu memoria y resulta que llegas a los momentos y las personas importantes de tu existencia!

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  5. What a perfect bus, and wonderful memories about it! I enjoyed all the details of this writing, as I could picture the times and try to envision the scenes. I was reminded of two things in my own past:

    1) When my friends and I would wait at school for our bus to take us home we would often sing Magic Bus! The song still brings memories of the daily trip between Reno, Nevada, and our home in the country 20 miles away.

    2) Some years earlier, when I was 12 and was at school sitting in classroom, an announcement from our principal came over the loudspeakers. He told us of the assassination of President Kennedy......

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    1. I'm glad you enjoyed the bus Lydia, it is nice to bring back memories! and what a coincidence the 12 years, the bus, the dictator in my case and Kennedy in your.

      Thanks for your comments and thanks for adding my blog to your list!

      Jose Maria

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