jueves, 8 de marzo de 2012

Cosas que no debe uno dejar de contar

A veces ocurren cosas que te rompen los esquemas y la esperada rutina mental y social, hoy he afilado mi lápiz para contar algo que me pasó hace justo una semana, durante la cual mi subconsciente ha estado trabajando intensamente sin que yo me diera cuenta y ahora súbitamente saca a la luz.

  Eran las 11 de la mañana de un día de estos de luz que atraviesa el invierno de lado a lado, me encontraba con una amiga escritora de cierto nivel y mucha curiosidad intelectual, desayunábamos en nuestra cafetería preferida, LKN la llamamos abreviada y sinceramente para que no se difunda demasiado, ese lugar encantado, como una jaula de cristal donde el sol entra hasta el mismo corazón de los clientes creando un extraño clima de placidez y modernidad. Aquí es donde estoy escribiendo este relato, una semana después, en mi moleskine roja.

Hablábamos fluidamente sobre temas absolutamente trascendentes a nuestra edad: los hijos, las preocupaciones, la escritura, la novedad. Y mucho más. Estábamos sumergidos en una plácida y relajada conversación de nivel nada superficial cuando el perro de mi amiga (no revelaré su nombre para mantener su intimidad) salió de su letargo debajo de la mesa y se acercó a un perrito negro de su mismo tamaño pero de distinto sexo, equilicuá.

Y aquí comenzó este relato, en ese instante, tan irrelevante pero a la vez convincente, diría yo.

Porque el dueño de la perrita negra, que se nos sentó a la mesa, resultó ser un personaje salido de la Marbella de los años 80, si no de los 70, que durante una hora de monólogo existencial, durante la cual nos mantuvo con los ojos abiertos y la boca bien cerrada, nos contó la historia de la ciudad, desde que desembarcó por aquí el Príncipe Don Alfonso de Hohenloe hasta que llegó Atila ganando elecciones por mayoría absoluta y sembró la ciudad de cadáveres y de corrupción (también absoluta).
Que si charlas en la peluquería con Audrey Hepburn, cañas en un bar con cualquier Maharahá del Rajastán, encuentros banales con cualquier majara de los anales de la monarquía celestial, Monacal, centroeuropea y colonial. Todo, este tipo lo largó todo.

Mi amiga tuvo varios arranques de intervención, pero el personaje, de iniciales P.B., como British Petroleum pero al revés, le quitó las ganas, que atrevimiento le dije yo con un gesto.

El perro de mi amiga aprovechó mejor la hora. Resultó que la perrita negra era muda y guapetona, menuda oportunidad.
Habrá más.

2 comentarios:

  1. Vaya relato, me has dejado muda a mi también, qué se puede decir ante tal derroche de palabras, cualquiera mete baza, igual te cortan la lengua o te fusilan jeje
    A tu amiga me puedo hacer una idea de lo que le pudo pasar por la cabeza en esos instantes y nada bueno por cierto jajaja
    ¿Y encima habrá más? ¿Eso dio más de si? impresionante jajaja
    Ten un hermoso día, besitos azules muasssssssss

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    1. Hola Kanet, fiel lectora y comentadora. Gracias por tu comentario, me alegro de que te haya gustado, es real como la vida misma, cosas que ocurren!

      Buen fin de semana, JM

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