Todas las mañanas recorres la colina
en dirección a la parte baja de la ciudad, junto al océano interminable,
buscando historias que escribir. Buscas las calles llenas de gente, el ajetreo,
los acontecimientos, el movimiento de barcos en el puerto. La vida.
Pero un día decides bajar por
otra cuesta y descubres una antigua mansión decadente, tiene la cancela oxidada
y el jardín parece silvestre. En la entrada hay un cartel de madera ennegrecida
por la humedad que reza: Universo das Memorias.
Entras, no sabes por qué, simplemente
esa mañana tienes más tiempo, nadie te espera abajo, o quizá en la tienda hoy
te dieron medio día libre. Golpeas la puerta con la aldaba y te abre un joven
muy moreno y alto que te muestra todas las estancias. Sorprendido y sin poder
reaccionar durante toda la visita vas observando que las estancias están
repletas de piezas, cachivaches y objetos de muchos países del mundo. Son recuerdos,
vivencias, viajes, encuentros.
Insistes en bajar a diario a la
gran avenida junto al mar, sigues buscando la vida, los ficus centenarios, la
catedral colonial en la plaza, la cháchara y el cotilleo social. Se te ocurren
pocas cosas que contar, la libreta se cubre solo del sudor de tu mano.
Hasta que un día vuelves buscando
la sombra de ese jardín de allá arriba,
y el hombre moreno te dice que la mansión es de un poeta de la isla, Dom Joao
Carlos Abreu, que se reúne con sus amigos escritores en una tasca literaria
para proclamar poemas, en la rúa de Santa María. Pero que para escribir se sube
al Universo das Memorias.
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