Ayer el mundo estaba vacío,
mojado, y decidí recorrerlo en asombro, por pura curiosidad, para que nada ni
nadie me esperara, para que ninguna duda, ni siquiera un pensamiento de esos que
te asaltan al mirar a los lados, pudiera pararme. Avancé aparentando solvencia
y como si nada me importara.
Nunca se sabe, en esta trama de callejones de viento y
plazas desiertas siempre salta la sorpresa de un recuerdo, de un murmullo falso,
de una voz antigua que te engaña. Así es esta jodida ciudad, y entonces recordé
tu inexistencia, fue un instante de vaivén de mi pasado, una traición de mi aislada
soledad. Sentado en el banco frío y vacío en el que solíamos hablar, sin llegar
nunca a tocarnos, te busqué, te llamé, y apareciste lentamente.
Pero no eras tú, no podías ser, recuerdo tus besos más
largos, tus palabras no eran robadas, y siempre me mirabas a los ojos mientras
me contabas esas historias interminables. La de ayer no me miraba, o lo hacía
con otros ojos, su sabor era amargo, y apenas tenía presencia. Sin embargo me
contó una historia que me sonaba, lo cual me tranquilizó: eras tú, contándome...
El río no parece un río, durante la noche nevó y es como un
camino blanco, los niños lo cruzan entusiasmados, con botas de colores
brillantes, todo es luminoso como no lo es ni en verano, es de día y las estrellas
brillan con una fuerza inusual. Pasan las nubes a la carrera pero no hace
viento en este lugar, el viento ya pasó hace años ¿sabes?, y la gente...la
gente no llora aquí, para qué llorar más, dicen.
No hay preguntas, no hay pasado, tampoco palabras malsonantes,
ni cuentos de países que desaparecen. No hay dioses ni superiores, no hay
creencias, ni habría gente para creerlas. No hay condenas ni preocupaciones, no
hacen falta dogmas ni apariencias. ¿Me sigues?...
La ficción se extiende desde las casas hasta el borde del bosque,
allí, en la espesura del monte, todo se vuelve irreal y mágico y al caer la
noche todos nos reunimos alrededor de hogueras, a beber por los que estáis por
llegar...
Entonces ella ya no estaba, pero yo me sentía ligero,
animado. Su voz me empujaba, subía por una calle extraña, de tiendas oscuras y
aceras calladas.
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