domingo, 17 de marzo de 2013

La altura

Mi pánico a la altura comenzó aquel día que mi familia decidió ir a la capital, para ver la gran regata anual que cruza la Bahía de las Islas. Hacía solo unos meses que habían terminado de construir la torre de comunicaciones Sky Tower y en la televisión se pudo ver como subía hacia el cielo el ascensor transparente lleno de gente entusiasmada. Ya ese día noté algo en esa torre que no me gustó. Y recuerdo que me juré para mis adentros “¡a esa torre no subiré!, ¡no subiré!”.


A los varios días de la inauguración ocurrió algo, mi madre dio un grito horrible y sacó a mis hermanos pequeños de la sala del televisor, mi padre balbuceaba algo como “Dios mío, Dios mío”. Yo no quise entrar, pero desde el pasillo pude ver como salía la gente de la gran torre con las caras pálidas. Algunas personas salían sostenidas por familiares.


Hacía un día espléndido aquel domingo de la gran regata, el puerto de Auckland estaba tomado por una multitud  disfrutando de los cientos de veleros saliendo lentamente hacia el Pacífico. La torre estaba a nuestras espaldas, detrás de los primeros edificios portuarios y de oficinas. Yo la ignoraba porque había oído decir a mis padres, durante el viaje en coche, algo de subir en el ascensor para ver la bahía desde allí arriba. 


Me temblaban las piernas y sudaba con disimulo cuando la gente empezó a circular, a moverse. Al llegar a los pies de la Sky Tower no quise mirar hacia arriba y creo que vi unas enormes manchas rojas lavadas en la acera. Quise imaginar a esa mujer cayendo al vacio pero un pude porque mis padres tiraron de nosotros hacia el interior del ascensor de cristal. No recuerdo nada más, ni las vistas de la bahía, ni la ciudad pequeñita allí abajo, no recuerdo nada porque durante la subida me desmayé. 

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