Mi pánico a
la altura comenzó aquel día que mi familia decidió ir a la capital, para ver la
gran regata anual que cruza la Bahía de las Islas. Hacía solo unos meses que habían
terminado de construir la torre de comunicaciones Sky Tower y en la televisión
se pudo ver como subía hacia el cielo el ascensor transparente lleno de gente
entusiasmada. Ya ese día noté algo en esa torre que no me gustó. Y recuerdo que
me juré para mis adentros “¡a esa torre no subiré!, ¡no subiré!”.
A los varios
días de la inauguración ocurrió algo, mi madre dio un grito horrible y sacó a
mis hermanos pequeños de la sala del televisor, mi padre balbuceaba algo como “Dios
mío, Dios mío”. Yo no quise entrar, pero desde el pasillo pude ver como salía
la gente de la gran torre con las caras pálidas. Algunas personas salían
sostenidas por familiares.
Hacía un día
espléndido aquel domingo de la gran regata, el puerto de Auckland estaba tomado por
una multitud disfrutando de los cientos de veleros saliendo lentamente
hacia el Pacífico. La torre estaba a nuestras espaldas, detrás de los primeros
edificios portuarios y de oficinas. Yo la ignoraba porque había oído decir a
mis padres, durante el viaje en coche, algo de subir en el ascensor para ver la
bahía desde allí arriba.
Me temblaban
las piernas y sudaba con disimulo cuando la gente empezó a circular, a moverse. Al
llegar a los pies de la Sky Tower no quise mirar hacia arriba y creo que vi unas
enormes manchas rojas lavadas en la acera. Quise imaginar
a esa mujer cayendo al vacio pero un pude porque mis padres tiraron de nosotros
hacia el interior del ascensor de cristal. No recuerdo nada más, ni las vistas
de la bahía, ni la ciudad pequeñita allí abajo, no recuerdo nada porque durante
la subida me desmayé.
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