jueves, 19 de abril de 2012

La rocambolesca historia del pistacho traidor y el vuelo final



Harto de tantos días seguidos de lluvia y viento infernal, agobiado de tanto plasma y tanta pantalla digital, tomo la decisión final de salir a dar un garbeo por mi ciudad, esa desconocida a la que no me acaban de presentar, por vergüenza ajena creo yo.

Y qué es lo que veo: nada más salir del ascensor unos abrazos en el portal, miradas y conversación banal, nada personal pero hay saludos cariñosos, hay despedidas alargadas por adioses interminables, yo me largo antes de que noten mi presencia, después de tantos días encerrado he perdido la práctica de fingir, de saludar.

Cuanta falsedad, cuanta mentira piadosa, cuantas venganzas cocidas a fuego lento y ejecutadas sin piedad, tantos intereses personales disfrazados de vecinos amables, salgo corriendo calle abajo huyendo de este grupo humano que se despide en un “a ver cuando nos vemos”, repugnado entro en la gran avenida, y lo que contemplo me deja anonadado.

Contemplo con estupor unos pensamientos que se cruzan de acera como dardos envenenados, planes a largo plazo que en su día arruinarán a algún pobre despistado, reuniones clandestinas de viejas con lenguas como navajas, y de repente un frente de nubes negras que me hacen temer lo peor, me nublan hasta tal punto el ánimo que me hacen temblar de miedo, las mujeres se cubren con pañuelos sacados repentinamente del bolso, son pañuelos volátiles, de tonalidades mentirosas, impermeables. Me desespero con esta lluvia eterna y decido cruzar el semáforo.

Pero está en rojo, como siempre, ese maldito muñeco rojo no para de mirarme, me siento mal, me acusa con un dedo tembloroso, ¿falla la bombilla ó falla la humanidad?, y a mi que más me da, a mi lado unos hombres con barba de tres días gesticulan en árabe clásico y con movimientos estudiados me escoltan cruzando el paso de cebra, el dichoso muñeco no se pone verde pero ya da igual, todo da igual cuando tres tíos con barba te empujan al otro lado de la avenida, de la Existencia.

Corro como un gamo asustado, como un cobarde urbano, huyo de estos humanos que buscan mi cartera, y mi cabeza por Alá, y en mi huida hacia adelante se me cruzan miradas esquivas, mochilas de colores, un sinfín de coches que brillan, ruedas que giran sin cesar, turistas buscando que hacer, parados que deambulan sin hacer nada, detrás suena un teléfono inteligente y de reojo veo un sms emergente, de esos que convocan a la gente, a reuniones de poetas,  a actividades de extrema creatividad, a cenas obscenas con vinos baratos y mousse de chocolate con nata. 

Y ya, vale ya, termina mi salida desastre, nunca debí salir de mi feliz mundo doméstico, me arrepiento de esta absurda decisión, de este relato sin inicio, sin acción, sin final aparente. Pero escribo lo que me viene a la mente, y en eso estoy cuando giro una esquina desprevenido, la acera todavía húmeda, una calle lateral desierta, aquí no hay malditos muñecos rojos, ni siquiera verdes, ni pantallas líquidas, ni escaparates de moda, solo yo con mi despiste, y un pistacho traidor, de esos tercos que nunca se abren. 

Y zas, no saben tan mal las baldosas azules de esta ciudad.

2 comentarios:

  1. Este relato me recuerda a una canción de estilo rap. Creo que se podría cantar, pero no cuentes conmigo para eso porque tengo un oído enfrente del otro. Jajaja... No es solo por la riña sino también por el tema de v
    Ciudad. Pero supongo que ya lo comentaremos.
    Buen Finde.

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    1. Gracias por tu comentario, lo cantaremos Elena, lo cntaremos ya verás.
      No he cogido eso de la riña y el tema de V, y Ciudad? bueno, ya me contarás....besos !

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