Siento mucho respeto por los que conviven a diario con los miedos,
yo soy el primero en sentirlos llegar, me he convertido en un experto en
cogerlos al vuelo. Yo soy el miedoso número uno, es más; soy un cobarde que
vive alternando entre un refugio de historias de papel y el exterior expuesto a
los temores del mundo. De hecho es que escribo estas líneas para ahuyentar los
temblores que me asaltan a diario, estas letras me las escribo primero a mano, y
me las dirijo a mí, es como un auto exorcismo express que no necesita de cruces
ni rosarios, ni curas de negro con absurdos rituales. Solo una moleskine y un
lápiz bien afilado.
Confieso que la mitad de mis días los paso metido en una cueva en
la que me siento ajeno a las amenazas que nos lanza el mundo, ya sé que las
cuevas son húmedas y oscuras, pero como todos los cobardes (y todos lo somos un
poco, quién lo va a negar?), prefiero esa sensación de falsa seguridad que nos
da nuestra cueva interior con la sórdida luz de la mesita de noche, con ese
goteo incesante de dudas, con las estalactitas de húmedas sospechas que se van
formando con desesperante lentitud, lo prefiero, sí, a la lluvia torrencial, y
a veces violenta, que está cayendo ahora mismo, ahí fuera.
Pero igual que me sincero con vosotros al decir que soy un maldito cobarde,
tengo que decir claramente, a mí mismo y por escrito, que recientemente estoy
cogiendo la costumbre de salir con más frecuencia de la cueva. Dejé de salir
solamente los días de pleno sol para probar también en las mañanas intratables
de otoño, esas en las que se rodean los charcos para vadear la realidad. Poco a
poco lo que fue un capricho, una aventura incluso, se está convirtiendo en un
hábito, y ahora le he cogido el gusto incluso a las tardes que oscurecen
prematuramente y acaban cayendo de rodillas frente a los temporales de poniente.
Ya sé lo que estáis pensando: que suena a retórica, a literatura, y lo es. Es
la Literatura. Es mi salvación.
Miremos a los ojos del miedo más extendido, el miedo a la muerte, ¿qué
es la muerte sino literatura?, ¿alguien por favor me puede decir si ha
experimentado o ha visto a la muerte? de acuerdo, deja tu comentario en este
blog y hablamos de tu experiencia en el otro lado ¿Hay algo a lo que
tengamos más miedo, pavor diría yo, que la muerte?, pues no existe. Es una invención,
pura habladuría. Aunque sospecho que gente con intereses ocultos y sotanas
polvorientas, sectas monetarias neoliberales y grandes compañías de seguros, viene
usando este tema recurrente desde los orígenes para asustar a los pobres pagadores
de impuestos. Un momento, no vale decir que habéis estado muy cerca de la
muerte y le habéis visto la cara. Eso es trampa, es como decir que has estado a
punto de ganar la lotería. O que estás aprendiendo a volar cuando en realidad
es un sueño recurrente. Como decir que eres feliz, eso es una ingenuidad, la
felicidad no se tiene; se experimenta o se atisba de vez en cuando, pero nadie
la tiene.
Y ya que no existe la muerte, dejémosla en paz. Primer miedo
derruido. Ni una frase más.
Yo le temería más al presente, ese si tiene garras y dientes. Y rima
con todo lo peor: ausente, penitente, se siente, pariente, gerente. Gente
maledicente.
El miedo es el recelo hacia la misma vida que arrastramos de forma
callada desde que nacemos, por recibir, y sin nuestro consentimiento, todo lo
que no hemos pedido: el mismo nacer, la estricta moral, el amor y su contrario,
las religiones y nacionalismos, la identidad que marca, el éxito que esclaviza,
la autoridad que somete, ese vecino omnipresente, el error humillante. Y a
pesar de saber todo eso, seguimos agachando la mirada cuando se nos habla de
los grandes miedos, como quien mira para otro lado cuando es obligado a hacer
algo, pero que realmente se muere por hacer. Es estar deseando que llegue el tórrido
julio y a la vez que se acaben los sufrimientos y sudores que trae el levante.
Es la rabia de no tener suficiente tiempo para hacer todo eso que nos niegan
una y otra vez, es la frustración por no poder saltar todas las vallas que nos
colocan aquellos que precisamente nos llaman cobardes. El miedo es la
ignorancia sufrida en el ascensor por ese vecino aterido de temores sin
sentido, y que no te mira a la cara por intuir que Tú tiemblas tanto o más que
él.
Seamos sinceros, por fin, nos morimos de miedo por todo lo que
suene a vivir a destajo, tener un trabajo, perderlo, no tener hijos o tenerlos
y tener que mantenerlos, enamorarse y odiar después, ganar dinero y
desprenderse de el. Nos aterra a la vez el futuro y su inminente llegada: el ubicuo
presente. O dicho de otra manera, tememos al presente porque es una forma de
atisbar y hasta rozar lo que vendrá en breve y que queremos evitar a toda costa
por desconocerlo.
Corremos por el escurridizo instante como el que surfea una ola que
es demasiado grande sabiendo que no podrá mantenerse en su cresta hasta el
final. Por eso huimos hacia Facebook, tuiteamos sin parar, por eso la cháchara
continua en bares y calles, las cenas y reuniones de clubes y asociaciones.
Corremos en dirección contraria al miedo, de ahí el clamoroso éxito del wasap y
google +, porque nos echan una mano en la carrera, porque nos evitan mantenerle
la mirada al testarudo y ubicuo presente.
Y por fin llegamos, el Gran Miedo, con mayúsculas. El miedo más
básico, innato, intrínsecamente humano, el miedo al silencio. ¿Por qué? Porque el
silencio eres tú sin el disfraz, despojado de tanta palabra, ese a quien te
resistes a conocer. Los ojos que evitan el espejo durante el afeitado, el que gesticula
detrás de la máscara, la persona que se esconde detrás de tu profesión. Cuando
te sientas frente al silencio te enfrentas a ti mismo. Nos tenemos miedo y de
ahí nacen todos los miedos. Por eso huimos.
Por eso yo uso la Moleskine y el lápiz, para sentarme junto a mí, a
solas, un rato cada día. Para conocerme. Exorcismo pret a porter.
José María Sánchez Alfonso. Noviembre de 2014