Esa mañana decidimos ir deprisa por
la autopista de peaje, mi mujer no muy convencida, yo tiré de ella porque tuve
un sueño muy intenso, en el cual un antiguo amigo fallecido hace años me avisó
de que debía ir a la aldea del Lentiscal, al amanecer. Y que buscara a un
emperador bajo la sombra de tres palmeras solitarias.
La carretera desierta, Casares
blanco ya a las ocho de la mañana, Gibraltar una sombra en el mar, y el rio Guadiaro
ancho, verde y todavía dormido. Lo cruzamos lentamente para no molestarlo.
Castellar en lo alto, quieto y olvidado, inaccesible.
Y el océano nos recibió con un
café, como solo se toma allí, con los pies en la arena y la mirada en Tánger.
Entonces noté su mano, no hacían falta miradas, ni palabras, ante la seguridad
de estar pensando exactamente lo mismo, estábamos ante lo que me susurró mi
amigo en sueños, el mismo horizonte plano, las cinco vacas pardas paseando por
la orilla, y unos caballos al galope hacia la duna amarilla, imaginaria.
Ella buscaba el sol, lo sé,
siempre anda buscando respuestas y explicaciones, carácter británico. Yo
solamente estaba, sentía, el aire moverse lentamente hacia mí, el primer
poniente de la mañana girando ya por Punta Camarinal. Veía claramente a la
primavera jugando con el invierno, y ganándole por tres ráfagas de diferencia,
una nube perdida que de la noche venía lentamente, hacia quién sabe dónde, y dos
barcas gemelas bailando en la orilla, con olor a pez limón.
Cerré los ojos intentando ver a
esos pajarillos invisibles que gritan, muertos de risa, sobre la espuma de la
marea baja, para oír a los niños de la aldea echando carreras sobre la pasarela
de madera, para oler el murmullo del matorral, y para encontrar a ese emperador sombrío
que me intrigaba.
Y por fin encontré lo que quería,
lo que me advirtió mi amigo en voz baja, justo antes de despertar, lo que solamente
encuentras al andar descalzo sobre piedras frías, al intuir que la ensenada no se acaba nunca. Y que
siempre podrás recorrer, de la mano, ese decumanus maximus, esa calle que cruza
tu vida siempre de Este a Oeste.
Cuando, por fin, ves a las tres palmeras
solitarias, y es tu reflejo en su sombra.
Sí es que la zona de Tárifa es mágica, sueños que se cumplen, palmeras con vida, el emperador te sonrie...
ResponderEliminarBuen lugar para.... perderse y jugar con la imaginación.
Gracias por el comentario, un saludo
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