martes, 8 de mayo de 2012

Tres palmeras y un emperador


                          
 Si Tarifa no existiera sería imposible de imaginar. ¿En qué sitio de este mundo, si no, se oyen las olas murmurando secretos, las huellas hundiéndose en las dunas y el levante silbando, todo al mismo tiempo? ¿En qué sitio se iluminan las ensenadas de esa manera antes de que salga el sol?
Esa mañana decidimos ir deprisa por la autopista de peaje, mi mujer no muy convencida, yo tiré de ella porque tuve un sueño muy intenso, en el cual un antiguo amigo fallecido hace años me avisó de que debía ir a la aldea del Lentiscal, al amanecer. Y que buscara a un emperador bajo la sombra de tres palmeras solitarias.
La carretera desierta, Casares blanco ya a las ocho de la mañana, Gibraltar una sombra en el mar, y el rio Guadiaro ancho, verde y todavía dormido. Lo cruzamos lentamente para no molestarlo. Castellar en lo alto, quieto y olvidado, inaccesible.
Y el océano nos recibió con un café, como solo se toma allí, con los pies en la arena y la mirada en Tánger. Entonces noté su mano, no hacían falta miradas, ni palabras, ante la seguridad de estar pensando exactamente lo mismo, estábamos ante lo que me susurró mi amigo en sueños, el mismo horizonte plano, las cinco vacas pardas paseando por la orilla, y unos caballos al galope hacia la duna amarilla, imaginaria.
Ella buscaba el sol, lo sé, siempre anda buscando respuestas y explicaciones, carácter británico. Yo solamente estaba, sentía, el aire moverse lentamente hacia mí, el primer poniente de la mañana girando ya por Punta Camarinal. Veía claramente a la primavera jugando con el invierno, y ganándole por tres ráfagas de diferencia, una nube perdida que de la noche venía lentamente, hacia quién sabe dónde, y dos barcas gemelas bailando en la orilla, con olor a pez limón.
Cerré los ojos intentando ver a esos pajarillos invisibles que gritan, muertos de risa, sobre la espuma de la marea baja, para oír a los niños de la aldea echando carreras sobre la pasarela de madera, para oler el murmullo del matorral, y para encontrar a ese emperador sombrío que me intrigaba.
Y por fin encontré lo que quería, lo que me advirtió mi amigo en voz baja, justo antes de despertar, lo que solamente encuentras al andar descalzo sobre piedras frías, al intuir que la ensenada no se acaba nunca. Y que siempre podrás recorrer, de la mano, ese decumanus maximus, esa calle que cruza tu vida siempre de Este a Oeste.
Cuando, por fin, ves a las tres palmeras solitarias, y es tu reflejo en su sombra.




2 comentarios:

  1. Sí es que la zona de Tárifa es mágica, sueños que se cumplen, palmeras con vida, el emperador te sonrie...
    Buen lugar para.... perderse y jugar con la imaginación.

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