Igual que ayer gritaban como
locos, solamente para hacerse oír, intentando superar los aullidos de la
máquina de café, hoy los mismos susurran secretos incontables, de esos que se dicen en voz baja. Murmuran nuestra mala suerte, dicen que solo hallaron dos
anillos de oro blanco, abrazados sobre la acera. Y en la guantera, un marco sin
fotografía.
Serían esos amaneceres llenos de
una luz imposible, esos horizontes plenos de océano verde, quienes
esperaban agachados detrás de cada noche. Sería que el destino nos jugaba una
partida con prisas.
Y nosotros recorríamos cada día en un Fiat 500, como la brisa que del atlántico sube por el Tajo, por ese estuario que
nos parecía amplio y sin final, que nos agitaba la vida, aireando sonrisas de
felicidad en movimiento.
Yo escribía por las mañanas, con
una pluma de tinta clara, descuidado y sin afeitar, como un sol amable que
ascendía con pereza, siempre por la misma colina, y que entre relatos y poemas
paraba a contemplarse, azul celeste y cromado, en la carrocería de nuestro
descapotable.
Y tú siempre me esperabas, en
esas escaleras de necesidad, rodeada de tendederos, de niños llorando y
pandillas de gatos. Ansiabas sin disimulo mis últimas letras, mientras te
pintabas unos labios rojos, con la barra de labios gastada, y ensayabas la
tristeza, los gestos baratos.
Y como cada tarde, la última
claridad se acostaba en el ocaso, sobre los tejados ocres a cuatro aguas, y se
apoyaba en fachadas de un cielo mojado. Era entonces que yo servía las bebidas
y la lírica cargada, y tú ponías las mesas y el fado amargo. Te convertías en
la reina de la penumbra, de los amores simulados, la famosa voz de Martini falso,
lanzabas besos a los canallas de la sucia Alfama, y a los derrotados que
bajaban del Bairro Alto.
Pero cómo desliza la brisa por
los empedrados del Chiado, cómo patina la niebla por esas cuestas de la
madrugada, y que traidor el viejo tranvía número 7, que chirría tanto pero no
avisa. Uno de la Baixa subía y el otro cruzaba el alba, y se fueron a encontrar
frente a la última luna borracha, en nuestro último horizonte malva.
Y dormidos por fin, soñamos con un largo beso,
junto al elevador la Gloria.
José María Sánchez Alfonso. Mayo
de 2012
Bonito viaje por Lisboa, aunque no entiendo que pinta Mari Trini ahi.
ResponderEliminarPero me ha gustado las metaforas y esa prosa poetica que llevas prácticando últimamente.
Una abrazo, José María.
Miguel
Gracias por tus comentarios, se agradecen. Aunque a veces me dejas perplejo,,,, ¿de dónde sacas a esa Mari Trini???? no entiendo nada!!!
EliminarPero me alegro de que te guste! un abrazo.