lunes, 28 de mayo de 2012

EL CUARTETO DEL ZACATÍN


Hace exactamente un siglo, es decir ayer, ya cruzaba como el aire ese laberinto en zigzag, buscando el recoveco del alero y evitando el portal, iba detrás de tus húmedos patios, con sus galerías y selvas de cristal, de arrayanes de mil olores, que bailaban de la mano , alrededor de dos kioscos de pan, y tres de flores.

Desde el aullido de los lobos yo venía, como viento de las afueras, que se colaba por un norte sin mareas. Y que inútil era el miedo de esa plaza escondida, porque de noche estábamos siempre nosotros, guardianes de la oscuridad.

Por la trinidad de unas palomas, de tristeza gris y alas blancas, un siglo después, hoy, me abrazan con su borboteo helado, me hablan en otro idioma, que yo finjo no entender. Pero ya no refresca por las tardes, ahora solo quema, ni debajo de los plátanos, donde nos besábamos, gigantes de manos verdes y piel de crema.


Un cuarteto de cuerda, de negro
De uñas negras, de tocar
por un saludo y dos monedas, mal año
(ahora suena Viva la Vida)
un cold play frente al shine bar,
todo es tan extraño
en esta esquina del Zacatín,
que me pierde en pensamientos
y me siento de cuclillas
como un niño que era,
en el tranco de la tienda, a escuchar
feliz.

Sólo por oír
ese aire que se cuela
entre elevadas celosías,
sólo por adivinar
el recuerdo de lo que yo sería,
sólo hace un siglo ya, ayer
por esos pasadizos,
(lentamente cierro los ojos)
de sueños y alcaicerías. 

jueves, 24 de mayo de 2012

De gaviotas y tendeeros


                                                                              

Por Nuestra Señora de la Luz
bajaba el levante, derrotado
ya sin aire venía
arrastrando sus chanclas, por el empedrado.

Y al Playa Blanca vino a caer
una mesa libre al fin,
media de hurta y una cañita, por Dios
en la placeta de San Martín.

“Míralo, por ahí viene el otro”,
“el que faltaba”, dijo la Ana
a la puerta de su tienda
la Hierba Sana.

“Tiene guasa la cosa, que jartera 
asín desde marzo a enero”, contestó el camarero.
Se levantó un remolino, que voló las servilletas
y agitó los tendeeros.

Vaya gracia de pueblo,
tanta droga, tanto aire, to desecho,
si no fuera por las murallas
y las vistas del estrecho.

Unos niños en la orilla
dos gaviotas muertas de risa
tres nubes que salen corriendo
tú me sonríes, y yo sin prisa.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Pedaleando junto al mar


Hoy el mar huele a rosas
Y las rosas saben a sal,
Hoy el horizonte se difumina
Por un aire de cristal.
Hoy la Concha se envuelve de seda blanca,
África se dibuja en el sur,
Y Gibraltar parece 
Una columna de humo azul.
Hoy los pájaros bucean entre olas
Buscando estrellas de mar
Y los peces vuelan sobre las rocas
Quieren verde, verde del pinar.
Hoy pedaleo más ligero que ayer
Cruzando una eternidad transparente
Donde sobran nubes y engaños
Y dejo mi bicicleta de plata,
En el pantalán del Presente.

martes, 8 de mayo de 2012

Tres palmeras y un emperador


                          
 Si Tarifa no existiera sería imposible de imaginar. ¿En qué sitio de este mundo, si no, se oyen las olas murmurando secretos, las huellas hundiéndose en las dunas y el levante silbando, todo al mismo tiempo? ¿En qué sitio se iluminan las ensenadas de esa manera antes de que salga el sol?
Esa mañana decidimos ir deprisa por la autopista de peaje, mi mujer no muy convencida, yo tiré de ella porque tuve un sueño muy intenso, en el cual un antiguo amigo fallecido hace años me avisó de que debía ir a la aldea del Lentiscal, al amanecer. Y que buscara a un emperador bajo la sombra de tres palmeras solitarias.
La carretera desierta, Casares blanco ya a las ocho de la mañana, Gibraltar una sombra en el mar, y el rio Guadiaro ancho, verde y todavía dormido. Lo cruzamos lentamente para no molestarlo. Castellar en lo alto, quieto y olvidado, inaccesible.
Y el océano nos recibió con un café, como solo se toma allí, con los pies en la arena y la mirada en Tánger. Entonces noté su mano, no hacían falta miradas, ni palabras, ante la seguridad de estar pensando exactamente lo mismo, estábamos ante lo que me susurró mi amigo en sueños, el mismo horizonte plano, las cinco vacas pardas paseando por la orilla, y unos caballos al galope hacia la duna amarilla, imaginaria.
Ella buscaba el sol, lo sé, siempre anda buscando respuestas y explicaciones, carácter británico. Yo solamente estaba, sentía, el aire moverse lentamente hacia mí, el primer poniente de la mañana girando ya por Punta Camarinal. Veía claramente a la primavera jugando con el invierno, y ganándole por tres ráfagas de diferencia, una nube perdida que de la noche venía lentamente, hacia quién sabe dónde, y dos barcas gemelas bailando en la orilla, con olor a pez limón.
Cerré los ojos intentando ver a esos pajarillos invisibles que gritan, muertos de risa, sobre la espuma de la marea baja, para oír a los niños de la aldea echando carreras sobre la pasarela de madera, para oler el murmullo del matorral, y para encontrar a ese emperador sombrío que me intrigaba.
Y por fin encontré lo que quería, lo que me advirtió mi amigo en voz baja, justo antes de despertar, lo que solamente encuentras al andar descalzo sobre piedras frías, al intuir que la ensenada no se acaba nunca. Y que siempre podrás recorrer, de la mano, ese decumanus maximus, esa calle que cruza tu vida siempre de Este a Oeste.
Cuando, por fin, ves a las tres palmeras solitarias, y es tu reflejo en su sombra.




sábado, 5 de mayo de 2012

Secretos en voz baja


Igual que ayer gritaban como locos, solamente para hacerse oír, intentando superar los aullidos de la máquina de café, hoy los mismos susurran secretos incontables, de esos que se dicen en voz baja. Murmuran nuestra mala suerte, dicen que solo hallaron dos anillos de oro blanco, abrazados sobre la acera. Y en la guantera, un marco sin fotografía.
Serían esos amaneceres llenos de una luz imposible, esos horizontes plenos de océano verde, quienes esperaban agachados detrás de cada noche. Sería que el destino nos jugaba una partida con prisas.
Y nosotros recorríamos cada día en un Fiat 500, como la brisa que del atlántico sube por el Tajo, por ese estuario que nos parecía amplio y sin final, que nos agitaba la vida, aireando sonrisas de felicidad en movimiento.  
Yo escribía por las mañanas, con una pluma de tinta clara, descuidado y sin afeitar, como un sol amable que ascendía con pereza, siempre por la misma colina, y que entre relatos y poemas paraba a contemplarse, azul celeste y cromado, en la carrocería de nuestro descapotable.
Y tú siempre me esperabas, en esas escaleras de necesidad, rodeada de tendederos, de niños llorando y pandillas de gatos. Ansiabas sin disimulo mis últimas letras, mientras te pintabas unos labios rojos, con la barra de labios gastada, y ensayabas la tristeza, los gestos baratos.
Y como cada tarde, la última claridad se acostaba en el ocaso, sobre los tejados ocres a cuatro aguas, y se apoyaba en fachadas de un cielo mojado. Era entonces que yo servía las bebidas y la lírica cargada, y tú ponías las mesas y el fado amargo. Te convertías en la reina de la penumbra, de los amores simulados, la famosa voz de Martini falso, lanzabas besos a los canallas de la sucia Alfama, y a los derrotados que bajaban del Bairro Alto.
Pero cómo desliza la brisa por los empedrados del Chiado, cómo patina la niebla por esas cuestas de la madrugada, y que traidor el viejo tranvía número 7, que chirría tanto pero no avisa. Uno de la Baixa subía y el otro cruzaba el alba, y se fueron a encontrar frente a la última luna borracha, en nuestro último horizonte malva.
 Y dormidos por fin, soñamos con un largo beso, junto al elevador la Gloria.
                  
José María Sánchez Alfonso. Mayo de 2012