domingo, 16 de diciembre de 2012

Territorio Incrédulo. (Homosexualidad Urbana)


Fue una vida a la expectativa, secretamente enamorado de sus morbosos movimientos, de su rítmica y odiosa vanidad. Pasé días y noches en inútil espera de una señal inocente de correspondencia. Le mandé destellos, de duda a través de la niebla, de reflejos en la calzada cuando llovía, que acababan rebotados en los escaparates de en frente.

Pero él siempre se mostró altivo, luminoso, con esa forzada arrogancia que le daba su popularidad, su facilidad de provocar sonrisas de alivio en plena calle. Sabiéndose poseedor del apoyo del vecindario, rechazaba una y otra vez, con una constancia tenaz, todo intento de acercamiento. Fue inútil, ni un atisbo de guiño, ni un rayito de luz, solo me regaló breves y crueles parpadeos, su orgullo le impedía cruzar ese espacio de fidelidades inquebrantables, que nos separó durante años. “Te crees un iluminado”, me gritaba, atravesando como un eco la nube de polución.

Tiré la toalla el día que, por su culpa, atropellaron a la señora mayor que todas las mañanas salía puntual del Café. Tanta energía gastada, intentando protegerla del intenso tráfico de la avenida, para nada. El agente de policía me señaló con un dedo sucio de nicotina.

El maldito muñeco verde sufrió un desfallecimiento y cambió los tiempos, me condenó cuando más lo necesitaba, y para colmo lo homenajearon regalándole el piar de un pajarito.

Y a mí me sustituyeron por el croar de una rana.

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