El local oscurece lentamente, no se está haciendo de noche,
simplemente se cubre el cielo de una capa gris y espesa que amenaza tormenta.
La actividad fuera es frenética, parece que la gente, al oler la lluvia que se acerca, se mueve más aprisa.
Dentro se encienden las luces y se crea un ambiente que cubre como el polvo a los pocos clientes que permanecemos dentro, y la superficie de cristal de las mesas se hace mate. Del
exterior se cuela, a través de la gran fachada de cristal, una luz amarillenta
de farolas insomnes.
Y tú y yo hablamos del Punto de No Retorno, o mejor el
Turning Point, mi última teoría existencial. Te la explico y no te convence, no
me extraña, tú viniste a este bar a beber, no a escuchar teorías filosóficas.
Pero el azar ha hecho que nos veamos en este café donde las historias de Paul
Auster se elevan sobre el ruido de copas y conversaciones banales.
“El Punto sin Retorno”, te insisto, tú asientes y miras
hacia la calle buscando identidades usurpadas, en esta ciudad sin identidades. “Entre
los 40 y los 50 años de edad”, pero tú giras la cabeza buscando los ruidos de
la calle, la oscuridad que trae la lluvia te atrae poderosamente. Sin darnos
cuenta el café se va llenando de solitarios cronocopios y famas cargadas de ego.
Entra la Maga y el ruido se rompe en un instante de silencio, ahora son los
vasos, voces y risas con ecos los que explican mi teoría.
Ni tú, ni el público, os creéis ya nada, aquí cada cual lee
sus propios relatos, tú enlazas tu vida con desconocidos y yo continúo con mis
teorías inexplicables. “Cuando se alcanza el Turning Point ya no hay vuelta
atrás, no lo entiendes?”, no. “Pues llegas a una edad en que todo parece
controlado, todo en orden, todo bien. Pero de repente suena la música del azar.
Y da vértigo”. “es esa edad en la que ya no te crees eso de que tu padre era
Dios”. Ahora callas. Vinimos a este café a beber y hablar y acabamos leyendo y
callados.
Los camareros ya no atienden, las farolas de la calle hace rato que no ilumina la lluvia, ni el interior del local. Las caras del público están apagadas, cuanta perplejidad, parece que me entendieron, maldito azar.
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