sábado, 10 de noviembre de 2012

Punto de No Retorno / Turning Point.


El local oscurece lentamente, no se está haciendo de noche, simplemente se cubre el cielo de una capa gris y espesa que amenaza tormenta. La actividad fuera es frenética, parece que la gente, al oler la lluvia que se acerca, se mueve más aprisa.

Dentro se encienden las luces y se crea un ambiente que cubre como el polvo a los pocos clientes que permanecemos dentro, y la superficie de cristal de las mesas se hace mate. Del exterior se cuela, a través de la gran fachada de cristal, una luz amarillenta de farolas insomnes.

Y tú y yo hablamos del Punto de No Retorno, o mejor el Turning Point, mi última teoría existencial. Te la explico y no te convence, no me extraña, tú viniste a este bar a beber, no a escuchar teorías filosóficas. Pero el azar ha hecho que nos veamos en este café donde las historias de Paul Auster se elevan sobre el ruido de copas y conversaciones banales.

“El Punto sin Retorno”, te insisto, tú asientes y miras hacia la calle buscando identidades usurpadas, en esta ciudad sin identidades. “Entre los 40 y los 50 años de edad”, pero tú giras la cabeza buscando los ruidos de la calle, la oscuridad que trae la lluvia te atrae poderosamente. Sin darnos cuenta el café se va llenando de solitarios cronocopios y famas cargadas de ego. Entra la Maga y el ruido se rompe en un instante de silencio, ahora son los vasos, voces y risas con ecos los que explican mi teoría.

Ni tú, ni el público, os creéis ya nada, aquí cada cual lee sus propios relatos, tú enlazas tu vida con desconocidos y yo continúo con mis teorías inexplicables. “Cuando se alcanza el Turning Point ya no hay vuelta atrás, no lo entiendes?”, no. “Pues llegas a una edad en que todo parece controlado, todo en orden, todo bien. Pero de repente suena la música del azar. Y da vértigo”. “es esa edad en la que ya no te crees eso de que tu padre era Dios”. Ahora callas. Vinimos a este café a beber y hablar y acabamos leyendo y callados.

Los camareros ya no atienden, las farolas de la calle hace rato que no ilumina la lluvia, ni el interior del local. Las caras del público están apagadas, cuanta perplejidad, parece que me entendieron, maldito azar.

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