martes, 11 de septiembre de 2012

La Argentina y el fin del mundo


El silencio es dueño del amanecer cuando subo la persiana medio dormido, y me asomo a un día limpio y profundo que viene ya por el mar, es un presagio, el instinto que me sopla un mensaje de algo cercano a punto de ocurrir. La felicidad viene a galope sobre un cielo todavía negro… y pienso en una ciudad lejana, a dos mil kilómetros al norte.

Junto a un mar frio, es soleada, con muchos cafés, y tiendas de ropa usada, vintage. Las aceras siempre llenas de gente, entre el gentío distingo una cara familiar. La llamo pero no me oye, gira la cabeza como buscando algo, siento frio entonces y cierro la ventana. Ahora los ladridos suenan huecos y ahogados.

Y el día es claro, aparecen las primeras nubes diminutas junto al sol, no son nubes, poeta, son miles de gaviotas negras a su alrededor. Se apagan las primeras luces de la ciudad, al igual (pienso) que en esa ciudad del norte. Vuelvo entonces a abrir la ventana en un arrebato de optimismo. Corro por la casa abriendo todas las ventanas. 

Será un día grande. Se acercan las gaviotas riendo, se disuelven las nubes, el mar se encrespa de un blanco limpio, el cielo ya es azul inmenso, la cafetera por fin me silba una música conocida.

Mientras recorro el pasillo siguiendo la estela del humo de café intento poner orden entre tanta felicidad momentánea, a ver: una ciudad lejana, el mar frio, la luz clara, un relato de poética muy contenida, las ventanas abiertas de par en par. Pero fue una despedida con llanto, sin palabras, mi hija dio media vuelta y se perdió entre el gentío.

Bebo el café mientras el tren se aleja de la ciudad lejana, hacia un aeropuerto en la lejanía y por fin un avión en lo alto, muy lejos de todo, más allá de todo lo lejano. Contemplo por última vez la ciudad allá abajo, diminuta ya, con sus calles abarrotadas y ella perdida, pero una maldita nube inmensa me la tapa para siempre. Y vuelvo a llorar.

Suena el timbre y abro la puerta. Me encuentro con una mujer rubia de piel transparente y mirada helada, un hombre joven con ojos negros y tristes y a su lado una niña petrificada. Llevan unas revistas baratas y de formato pequeño.
-   
    -Señor, perdone tan temprano…- dijo el hombre algo nervioso.
    -Nada, nada, dígame- miro de soslayo las revistitas.
    -Mire señor, estamos haciendo la misma pregunta a los vecinos del bloque-.
    -Si…
    - ¿Cómo cree usted que será el fin del mundo?- y se me quedan mirando los tres.
-   - Mire –siento el café cálido en la garganta- , ahora mismo no le puedo responder a eso, pero si tocan en el B se lo dirán con todo detalle, son constructores y la suegra recién llegó de la Argentina para quedarse un mes. 

1 comentario:

  1. Yo a veces tambien me lo pregunto, José María: ¿cómo será el fin del mundo?

    Habra cafés, tiendas de ropa usadas, libros,...

    ¡cuantas dudas plantea tu relato!

    Miguel

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