miércoles, 26 de septiembre de 2012

De lluvia y sexo


La primera mañana de lluvia les sorprendió haciendo el amor.

Les provocó una sonrisa última sin apenas esfuerzo, sin quejido de placer y quizá una sensación de amar ligero (vieron las gotas resbalando lentamente por la ventana, sintieron esa seca humedad dentro de si).

Que ya no amarían jamás en madrugadas de verano, con lluvias torrenciales y turbias, que amarían más bien en noches ahogadas de placer y furia de almohadas, ahogadas en pasión, que a partir de ahora serían, solo Ser.

Y juran que lo harían libres ya de sudor y con movimientos de cuerpo cercano y respirado, de íntimas noches de cortinas echadas cayendo a impulsos de líquido húmedo, amor!. (y los amantes inquietos se revolvieron entre repentinas bajadas de presión atmosférica y empuje arterial a punto de sucumbir en un bramido de fusión histérica), Animal.

¿Cuánta poesía llenó ese vaso oscuro?, ¿cómo pudo la repentina lluvia colarse esa mañana pausada, de ritmo de corazones lentos, lamentos de inspiraciones de aire fresco y miradas desfogadas?, por rendijas no imaginadas, por la rabia cercana a explotar, Sexo.

Pero la primera lluvia es como la primera mujer, siempre se agita más aún cuando fluye ligera por esos caños secos del final de un setiembre escaso, pero acaba resbalando dispersa y blanca sobre piernas de lujuria, Hambre.

Sucedió que volvieron la vista a un exterior bronco y gris que se dispersaba hacia el mar y decidieron darle la espalda desnuda para internarse de nuevo en un mundo de oscuridad carnal y sábanas, ahora ya amadas. Lluvia.

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