La primera mañana de lluvia les sorprendió haciendo el amor.
Les provocó una sonrisa última sin apenas esfuerzo, sin quejido de placer y
quizá una sensación de amar ligero (vieron las gotas resbalando lentamente por
la ventana, sintieron esa seca humedad dentro de si).
Que ya no amarían jamás en madrugadas de verano, con lluvias torrenciales y
turbias, que amarían más bien en noches ahogadas de placer y furia de
almohadas, ahogadas en pasión, que a partir de ahora serían, solo Ser.
Y juran que lo harían libres ya de sudor y con movimientos de cuerpo
cercano y respirado, de íntimas noches de cortinas echadas cayendo a impulsos
de líquido húmedo, amor!. (y los amantes inquietos se revolvieron entre
repentinas bajadas de presión atmosférica y empuje arterial a punto de sucumbir
en un bramido de fusión histérica), Animal.
¿Cuánta poesía llenó ese vaso oscuro?, ¿cómo pudo la repentina lluvia
colarse esa mañana pausada, de ritmo de corazones lentos, lamentos de
inspiraciones de aire fresco y miradas desfogadas?, por rendijas no imaginadas,
por la rabia cercana a explotar, Sexo.
Pero la primera lluvia es como la primera mujer, siempre se agita más aún
cuando fluye ligera por esos caños secos del final de un setiembre escaso, pero
acaba resbalando dispersa y blanca sobre piernas de lujuria, Hambre.
Sucedió que volvieron la vista a un exterior bronco y gris que se
dispersaba hacia el mar y decidieron darle la espalda desnuda para internarse
de nuevo en un mundo de oscuridad carnal y sábanas, ahora ya amadas. Lluvia.
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