martes, 6 de mayo de 2014

Sigilos cotidianos. (1) Apenas la niebla


Detengo la bicicleta junto a la arena para escuchar el silbido de la neblina, que entra como un hálito frío por la bocana.  El tintineo de los mástiles comienza a marcar el ritmo: palmas de olas contra rocas, temblor de olas con olas, chapoteo de veleros blancos sobre el agua, mareando la marea que les sobra. Y de fondo, el ruido del horizonte: más veleros blancos, los pesqueros de vuelta.

Es la niebla de primeros de mayo, mar de nube baja que será mundana cuando toque tierra por el muelle. Penetra la ciudad por los puertos abiertos a poniente y exhala su sombra, como un rasgueo de guitarra que hila redes rotas. Hisham me cuenta, también quieto sobre dos pedales, que a las seis volvieron llenos los barcos, y a las siete la lonja ya está desierta. Nos llega la afónica música de la puja mientras me clava la mirada, al grito ronco de los hombres vendiendo, y vendido todo el pescado solo huele el silencio pegado a las escamas. La Guardia Civil maullando por los alrededores, caen mil euros por un pulpo chico me advierte un Hisham que ya huye con su bicicleta, chirriando de óxido sus cadenas. Y sigue silbando la niebla, que va tocando en las puertas de los pescadores muertos, son toc tocs ahogados para que salgan de sus cuartos. Con los pedales trazando círculos lentos, paso mudo y vuelvo, vuelvo al negro silencio de las figuras que siestean en árabe. Susurros de cuartos quietos, de mar, de aparejos y aprietos, y más cuartos cerrados hasta el 27. A lo lejos fardos de redes pardas se amontonan ruidosos sobre la cubierta de traíñas acurrucadas, que en charla mansa se besan con el muelle, cubriéndose con esta neblina de mayo, y todas van girando los ojos al rodar líquido de mi bicicleta. Pasa la nube aprisa por las calles anchas de la ciudad nueva, seseantes pisos vacíos de gente de Madrid, los sótanos humedecidos de vado permanente, gira la bruma en la esquina de sus fachadas, y al crujir el sol se desvanece como todas las verdades juradas, deshecha por una brisa de rumores, esa vieja calima desdentada, y se adentra ya por la calle de la Media Mentira. Se colará como humo sin vida por las sigilosas calles del pueblo, exhalará por la calle Viento, hasta caer rendida ante la muralla, con el feliz redoble del tambor de un niño. Y ya imagino la nube de noche, puro vaho enmudeciendo secretos que se desvelarán como historias nuevas al amanecer, con la fuerza de callados corros sobre sólidos suelos de terracota, música incesante de mujeres amarradas a veleros blancos, como gaviotas mudas de aleteo cadente, con aire limpio del estrecho. Vuelvo mañana a por más música, sintiendo el aire frente al pedaleo, oyendo el incesante tintineo de los mástiles, muda escama de la lonja, el golpe de los mil euros, Hisham aullando sus cadenas.

Y apenas, la niebla.  

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