Detengo la bicicleta junto a la arena para escuchar el silbido de la neblina, que entra como un hálito frío por la bocana. El tintineo de los mástiles comienza a marcar el ritmo: palmas de olas contra rocas, temblor de olas con olas, chapoteo de veleros blancos sobre el agua, mareando la marea que les sobra. Y de fondo, el ruido del horizonte: más veleros blancos, los pesqueros de vuelta.
Es la niebla de primeros de mayo, mar de nube
baja que será mundana cuando toque tierra por el muelle. Penetra la ciudad por los
puertos abiertos a poniente y exhala su sombra, como un rasgueo de guitarra que
hila redes rotas. Hisham me cuenta, también quieto sobre dos pedales, que a las
seis volvieron llenos los barcos, y a las siete la lonja ya está desierta. Nos
llega la afónica música de la puja mientras me clava la mirada, al grito ronco de
los hombres vendiendo, y vendido todo el pescado solo huele el silencio pegado
a las escamas. La Guardia Civil maullando por los alrededores, caen mil euros por
un pulpo chico me advierte un Hisham que ya huye con su bicicleta, chirriando de
óxido sus cadenas. Y sigue silbando la niebla, que va tocando en las puertas de
los pescadores muertos, son toc tocs ahogados para que salgan de sus cuartos. Con
los pedales trazando círculos lentos, paso mudo y vuelvo, vuelvo al negro
silencio de las figuras que siestean en árabe. Susurros de cuartos quietos, de
mar, de aparejos y aprietos, y más cuartos cerrados hasta el 27. A lo lejos fardos
de redes pardas se amontonan ruidosos sobre la cubierta de traíñas acurrucadas,
que en charla mansa se besan con el muelle, cubriéndose con esta neblina de
mayo, y todas van girando los ojos al rodar líquido de mi bicicleta. Pasa la
nube aprisa por las calles anchas de la ciudad nueva, seseantes pisos vacíos de
gente de Madrid, los sótanos humedecidos de vado permanente, gira la bruma en
la esquina de sus fachadas, y al crujir el sol se desvanece como todas las
verdades juradas, deshecha por una brisa de rumores, esa vieja calima
desdentada, y se adentra ya por la calle de la Media Mentira. Se colará como
humo sin vida por las sigilosas calles del pueblo, exhalará por la calle
Viento, hasta caer rendida ante la muralla, con el feliz redoble del tambor de
un niño. Y ya imagino la nube de noche, puro vaho enmudeciendo secretos que se
desvelarán como historias nuevas al amanecer, con la fuerza de callados corros
sobre sólidos suelos de terracota, música incesante de mujeres amarradas a
veleros blancos, como gaviotas mudas de aleteo cadente, con aire limpio del
estrecho. Vuelvo mañana a por más música, sintiendo el aire frente al pedaleo, oyendo
el incesante tintineo de los mástiles, muda escama de la lonja, el golpe de los
mil euros, Hisham aullando sus cadenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario