sábado, 23 de abril de 2016

Teoría del desembarco



Cuando por fin se metió el otoño y parecía que me había olvidado de él, empezaron a agolparse sus correos electrónicos en la bandeja de entrada. Al principio eran breves y dejaban cierto eco, de una claridad casi poética. Después añadió puntos suspensivos y comenzó a rozar el desconcierto. Y mas adelante parecía escribir bajo sospecha, como si alguien le estuviera siguiendo los pasos. Pero ese, el de los textos escritos como a la huida, ese era mi Chico mas puro,  y ya no pude evitar contestarle. Chico deambulando sin rumbo por sus vericuetos habituales, Chico anestesiado. El Chico huidizo que tocaba en el club de jazz a la sombra de la catedral, con la manía de lanzar miradas rápidas hacia atrás, receloso mientras rasgaba la guitarra, y dando golpecitos con el pie para marcarse ritmo, para no ausentarse. Yo le hacía señales para que mirara al público a la cara. 

Siempre necesitó señales del exterior para no perderse por este mundo.
– “Cari, ¿cómo fue tu viaje?, por aquí llueve arena y pega un aire tan tórrido como el terral, debe ser calima, que es lo contrario del terral, caliente pero del sur, del mar pero seco, no sé si me entiendes”.
– “Chico, complicado, ¿algo así no ocurrió hace seis años?”.
– “Ya, pero esta vez ha llegado con mas fuerza.. y cubre la ciudad desde el desembarco. Dice la gente que es una nube sahariana, a mi me recuerda al olvido: es para siempre y lo cubre todo con ese polvillo tan propio de la desmemoria. Puedes coger estas frases para tu libro”.
– “Un momento, ¿qué desembarco, Chico?”.
   
Tocaban todos los jueves un blues abrumador, como saetas laicas, un jazz de lamentos que dejaba a la tribu desgarrada hasta el jueves siguiente. Y reventaban el local, que se llenaba de artistas sedientos de alternativas, locos desembarcados en la ciudad desde todos los lados a rebufo de un huracán cultural que lo arrasaba todo. Una ciudad que se desangraba de éxito, con el rojo de las alfombras alcoholizando la mirada de los actores. Una ciudad donde la plata de la liturgia oficial tenía los bordes muy afilados, y los pasos de cebra tenían franjas de vanguardia, una negra y una blanca, pie izquierdo, pie derecho, vamos Chico, eso es, ya llegamos al otro lado. Como los días en que inauguraban museos, uno derecho y otro al través.

– “Abrasa el sol, no es el de antes, y el aire se hace irrespirable al mediodía. Es un sol redondo Cari, que no arroja sombras de duda. ¿Te acuerdas cuando bajábamos al puerto al caer la tarde?, eso ya no se puede hacer, al menos de día. ¿ya tienes editor?”.
– “¿Qué me dices, tanto quema?”.
– “No Cari, es que lo han prohibido, han prohibido asomarse a los muelles hasta nueva orden, las cosas están cambiando.. los turistas ya no pueden hacer fotos y el último crucero sale de la ciudad mañana, ha sido el último desembarco, o embarco, según desde que lado se mire”.
– “Si se van es un embarco y si llegan un desembarque, supongo. Pero si mañana zarpa el último crucero creo que lo podemos llamar un embarque obligatorio. Imagino que un Desembarco es cuando amarran y se tambalean por la pasarela con bermudas y gafas de sol, hasta poner pie en los adoquines del muelle. Aunque para irse también cruzan la pasarela, saltan del muelle al barco, un embarco, en fin Chico, como aquí no hay mar me hago un lío”.

Su apartamento estaba siempre en penumbras, desde la calle Santa María el mundo parecía suceder lejano, no se veían los nuevos pasos de cebra ni el zigzag de los carriles bici, y el rumor de los turistas ávidos de museos recién estrenados rebotaba en las fachadas. El timbre de las bicicletas ascendía ahuecado, perdiendo fuerza por el laberinto de calles peatonales, hasta caer inerte sobre el cobre de los canalones. Pasada la última Semana Santa las huellas de los portadores de tronos se convirtieron en grietas que dieron paso a un tiempo resbaladizo, que olía a cera requemada. Y después me marché. 

Allí el plan era pasar mi vida en salmuera, por calles trazadas con agua de mar, acompañando a un flâneur jazzista, haciéndole continuas señales para que se encontrara con la mirada del público, señales para que cruzara los pasos de cebra con la exacta alternancia, o señales para que mantuviera el rumbo sobre su bicicleta. Era eso o terminar mi libro. Cogí el AVE de las 7,30 de la mañana. Fue el primero que salió, y el último.

–“Cari, esta ciudad naufraga, te lo digo. ¿Te acuerdas del Cubo, en las esquina de los muelles?, pues no te lo vas a creer pero lo están desmontando para embarcarlo hacia Rabat. Yo me he refugiado arriba, en el desván, hace días que no salgo, solo bajo a abrirle la puerta al cartero y hacerme mis sandwiches de cangrejo coreano. Doña Conchita, la dueña de la tienda de rosarios y medallitas del Papa que tanto te inspiraba para escribir, te manda recuerdos y va a cerrar, han prohibido las imágenes religiosas, así está la cosa”.
– “Oye Chico, y si no sales ¿cómo sabes que están embarcando el Cubo hacia Rabat?, y de todas formas desde tu apartamento nunca se vio el puerto. Ya me contarás qué está pasando allí”.
– “Me olvidé contarte que han atrasado los relojes una hora, como lo oyes. Por lo visto lo hicieron nada mas finalizar desembarco en la ciudad, pero yo no me he enterado de nada, como siempre Cari, hasta el pasado jueves, cuando al desembarcar del escenario al final del concierto me dijeron que se habían quedado con ganas de más. ¿Ganas de qué?, “hombre, si solo son las doce y siempre tocáis hasta pasada la una”. Lo tienen todo planeado, cambiaron la hora nada mas poner pie en los muelles, enviando el mensaje a la población de que esto no tiene marcha atrás, salvo la hora claro. De repente estamos en otra época, que ya es nuestra, y el nuevo rey, que también es nuestro ya, está al otro lado del mar. Me inquieta pensar que he vivido con adelanto durante un mes, haciendo todo sin saber que disponía de tiempo de mas, he vivido como de prestado. He recorrido espacios a destiempo, y he comenzado a soñar antes que nadie en la ciudad. Vivir sin señales me crea ansiedad, ya sabes”.

Ahora Chico parece encajado como una pieza en el puzzle del presente, tan alejado de mi futuro imperfecto, ajeno a mis plurales futuros tan al alcance de la mano pero siempre por suceder: una nueva historia, una página menos en blanco, la corrección de última hora, la búsqueda de un editor, y la cola para ser publicada. Cada uno, los dos a la vez, hemos caído de un lado de esa linea del tiempo tan invisible como imposible de cruzar, y no hay pasarela que desembarque en tierra firme cuando el día a día se convierte en un mareante vaivén entre los muelles y la caída de la tarde. 

Y por fin llegaron sus últimos emails.

– “Se acabaron los desembarcos Cari, y he decidido salir de mi encierro para tantear la ciudad, ahora las cosas ocurren a otro ritmo, aunque vuelvo a ser el Baudelaire que tanto te gustaba. Esta ciudad no es un Berlín, ni un París (como tú decías), pero está junto al precipicio, y me gusta el garbeo indolente hasta la Farola, por su borde, sin importarme la caída. Total, todos acabamos cayendo, ¿no?. Me divierte ver como se deshilachan sus babuchas en las escaleras del metro, vuelvo a bajar al puerto al caer el sol, cuando la bahía se abre al sur en un abrazo oscuro y la ciudad se sacude el asedio. Por cierto, doña Conchita te manda recuerdos, ha abierto un puesto de especias en el antiguo mercado gastrocultural. 
– “Me publican al fin, Chico…”
– “Y al amanecer, cuando se callan las bicicletas de los sueños, nos despiertan cantos con versículos del Corán”.  



José María Sánchez Alfonso





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