martes, 21 de agosto de 2012

Un lugar, un libro, una mujer.


Se pasea a diario por la Rua de Santa María como sin quererlo, le cuesta avanzar por su empedrado, sabe que al final de la calle tendrá que girar hacia el puerto, y después la Bahía, la ciudad, y hasta la isla entera. Y puedo ver su cara de sorpresa cuando se asoma finalmente a la inmensidad del océano, sabiendo que lo tiene que recorrer todo también.

-Zé, lo acabo de ver asomándose por el campanario de Sao Tiago.
-Pues si corres a la ventana de la sala lo verás rebuscando debajo de los soportales del mercado.
-Lo sé, lo hace todas las mañanas. Pero solo por el lado de los pescadores.
-Claro, no querrás que le ilumine los cuatro costados, él solo aparece por el Este.
-No es por eso, es porque no quiere encontrarse de sopetón con todo el mar. No lo soportaría, lo conozco muy bien. Prefiere ir poco a poco por la parte baja de la ciudad.
-No me extraña que digas esas cosas, te pasas todo el día ahí asomado…..

Me da igual lo que me diga, desde la ventana de la Travessa do Forte lo veo ya de tarde, en el horizonte, fundiéndose en púrpuras oscuros y cielos lejanos, y por el Oeste la ciudad se oscurece en un mar de tejados rojos, entre las torres de Sâo Martinho, Santa Clara y la Sé.

Un día entraré en el bar que han abierto abajo, el cartel de madera dice “Tasca Literária, Dona Joana Rabo-de-Peixe”, sobre las nueve de la noche empiezan a llegar, yo bajo rápido y me hago el tonto apoyado en la puerta de la pasteláría, no pierdo detalle, veo a Dom Joâo Carlos, y después le siguen todos esos escritores vestidos de negro y con sombreros viejos, y hasta la poetisa Dona Arminda aparece con libretas y lápices para repartir ahí dentro.

Cuando ya han entrado todos me subo deprisa a la casa, nunca me pierdo como los acantilados gritan a la línea del horizonte provocando su carrera hacia ese lugar donde los barcos deciden desaparecer para siempre, detrás del mar, aún no sé para qué.

-¿Y este bar por qué se llama así?- le pregunté a un señor vestido de blanco.
-Esto no es un bar, chico, es una Tasca Literária.
-Lo sé, los veo entrar todos los martes por la noche, pero ¿por qué se llama así?
-Es complicado de explicar, ¿a ti qué más te da?
-Zé dice que hay en el barrio una mujer que la apodan la Rabo-de-Peixe, que todavía vive, y que se llama Dona Joana.
-Pues será.

Aburrido de intentarlo, levanto la cabeza y veo una farola atormentada por la soledad, apoyada en la esquina de la albergária, que apenas lanza más oscuridad sobre los empedrados, ya no distingo los negros de los blancos, y su sombra muere aplastada bajo las sombrillas de los bares, los gatos huyen asustados.

-Zé ¿por qué la llaman Rabo-de-Peixe?
-¿y tú por qué no sales a jugar con los demás chicos del barrio?
-Me ha dicho el panadero que la conoce, y que es por el culo tan bonito que tenía, me hizo así con las manos, dibujó una forma de sirena.

Los puedo ver al fondo de la tasca, están sentados en el enorme sofá de piel negra, rodeados de cachivaches, pinturas de africanas desnudas y estanterías con libros. Se lo pasan en grande, proclaman poemas, beben y toman tablas de queso, cacahuetes y cosas así. Se nota que el jefe es el poeta de melena y barba blanca, Dom Joâo Carlos Abreu.

-Pisss, pisss- me llama haciéndome gestos con la mano- entra, sí, tú, ven un momento.
-¿quién, yo?- entro y me tiemblan las piernas, el local está todo oscuro, huele a vino barato y madera, lo tengo que atravesar todo hasta llegar al sofá, que parece que se lo traga todo, hay cuatro escritores metidos en el, por lo menos, más cuatro o cinco alrededor.
-Me han dicho que vienes por aquí todas las tardes, ¿qué es lo que quieres saber?
-Solamente qué tiene que ver la mujer con la tasca, y por qué salís de aquí tan tarde, cantando a voces y atravesando la densa humedad de la madrugada, os veo desde mi ventana. Yo quiero ser poeta como usted.
-Toma este libro, anda, aquí hay historias del barrio, lo acabo de escribir.  

El libro cabe en la mano del poeta, es blanco y se titula Dona Joana Rabo-de-Peixe.

-Zé, ¿Cuándo volverán mis padres?
-Cualquiera sabe.

Entonces me parece que Funchal, que ya es como un cielo negro con miles de estrellas, se sumerge en el océano, y de la oscuridad del puerto salen veleros de papel, a estas horas ya es un puerto fantasma, negro, negro imposible de ver. Los barcos salen en silencio, atemorizados, se alejan de la ciudad, van hacia las Islas Desertas y allí se los traga la noche, el Universo das Memorias.

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