jueves, 29 de mayo de 2014

Una reseña impensable de "Relatos con abrelatas", del escritor Ricardo Guadalupe.

        
La tenue luz dorada de los plátanos de indias volvía lenta desde la Alameda cuando ya caía la tarde, y además recuerdo que el silencio rebotaba en las cristaleras alargadas cuando Ricardo Guadalupe barrió la sala con una mirada de niño asombrado, como quien no ha roto jamás un plato, ni escrito quizá algo malo
.
Y nosotros nos dejamos escrutar, público sediento de ficciones inventadas. Solo ahora, pasadas ya dos semanas, lo entiendo todo. Con su rastreo inocente Ricardo nos estaba envolviendo en uno de sus relatos tan engañosos pero tan ciertos. Sin quererlo íbamos a ser los futuros protagonistas de una historia que atrapará a un lector desprevenido, otro más de tantos. Porque este escritor no pregunta al futuro, ni lo intenta adivinar; él lo ve en sus sueños y de ahí directamente lo vierte en su libreta reciclada, de papel rayado para que no se mezclen las palabras que le susurran sus protagonistas, para no forzar lo onírico más allá de lo honesto.

En las primeras líneas de sus relatos ya nos moveremos como seres fantasmales que deambularán durante cinco minutos por la vida de paralizados lectores, cinco minutos de una desconcertante realidad evitada con sutileza, o de sueños aireados con un soplo de realismo, que tanto da. A mitad de la historia se formará un nudo de desconcierto en el estómago, pero el mal trago (un autoengaño, como descubriremos después con alivio) se habrá digerido quedando una vaga sensación de que lo absurdo se coló entre las líneas horizontales de la libreta y nos hizo pensar, incluso dudar, de si éramos fantasmas, lectores, o éramos nada. Pensar que quizá no fue tan sueño, que la sociedad se arregle a golpes de palabras que evitamos a diario, que la soledad no sea tal vez tan literaria.

Tres mañanas tomé el café de las once sobre una mesa de nítido cristal blanco con vistas al trasiego cotidiano, ojeando el País y profundizando en los mundos acuosos del libro de Ricardo, con el inevitable abrelatas. Los tres días me dejé el último sorbo, el más cargado y con la crema más espesa, para que coincidiera con el final del relato, para disolver el vacío con cafeína.  La próxima vez entrará más luz porque los plátanos de indias se habrán desnudado. Entonces Ricardo baja la mirada, y se le adivina una sonrisa.

(José María Sánchez Alfonso, mayo de 2014. Para Ricardo Guadalupe, con cariño, por su asombrada creatividad).




viernes, 23 de mayo de 2014

miércoles, 21 de mayo de 2014

martes, 20 de mayo de 2014

Nanorrelatos en sí mismos (12) Paraiso

Cuando le besaron el anillo se inventó el primer pecado, y para empezar a recaudar montó el Paraiso.

Nanorrelatos en sí mismos 11, Trabajo

Hacen colas interminables rodeando mi rascacielos para mendigar un trabajo, cuando yo tuve que bajar a las Cloacas para harcerme con un sillón de la Banca.

viernes, 16 de mayo de 2014

Nanorrelatos en sí mismos. 8 Mentira

Esperó sudando toda la noche, atenazada por los rumores del vecindario. Y a la mañana, cuando ya no amaneció mas,  comprobó que todo era mentira.

martes, 6 de mayo de 2014

Sigilos cotidianos. (1) Apenas la niebla


Detengo la bicicleta junto a la arena para escuchar el silbido de la neblina, que entra como un hálito frío por la bocana.  El tintineo de los mástiles comienza a marcar el ritmo: palmas de olas contra rocas, temblor de olas con olas, chapoteo de veleros blancos sobre el agua, mareando la marea que les sobra. Y de fondo, el ruido del horizonte: más veleros blancos, los pesqueros de vuelta.

Es la niebla de primeros de mayo, mar de nube baja que será mundana cuando toque tierra por el muelle. Penetra la ciudad por los puertos abiertos a poniente y exhala su sombra, como un rasgueo de guitarra que hila redes rotas. Hisham me cuenta, también quieto sobre dos pedales, que a las seis volvieron llenos los barcos, y a las siete la lonja ya está desierta. Nos llega la afónica música de la puja mientras me clava la mirada, al grito ronco de los hombres vendiendo, y vendido todo el pescado solo huele el silencio pegado a las escamas. La Guardia Civil maullando por los alrededores, caen mil euros por un pulpo chico me advierte un Hisham que ya huye con su bicicleta, chirriando de óxido sus cadenas. Y sigue silbando la niebla, que va tocando en las puertas de los pescadores muertos, son toc tocs ahogados para que salgan de sus cuartos. Con los pedales trazando círculos lentos, paso mudo y vuelvo, vuelvo al negro silencio de las figuras que siestean en árabe. Susurros de cuartos quietos, de mar, de aparejos y aprietos, y más cuartos cerrados hasta el 27. A lo lejos fardos de redes pardas se amontonan ruidosos sobre la cubierta de traíñas acurrucadas, que en charla mansa se besan con el muelle, cubriéndose con esta neblina de mayo, y todas van girando los ojos al rodar líquido de mi bicicleta. Pasa la nube aprisa por las calles anchas de la ciudad nueva, seseantes pisos vacíos de gente de Madrid, los sótanos humedecidos de vado permanente, gira la bruma en la esquina de sus fachadas, y al crujir el sol se desvanece como todas las verdades juradas, deshecha por una brisa de rumores, esa vieja calima desdentada, y se adentra ya por la calle de la Media Mentira. Se colará como humo sin vida por las sigilosas calles del pueblo, exhalará por la calle Viento, hasta caer rendida ante la muralla, con el feliz redoble del tambor de un niño. Y ya imagino la nube de noche, puro vaho enmudeciendo secretos que se desvelarán como historias nuevas al amanecer, con la fuerza de callados corros sobre sólidos suelos de terracota, música incesante de mujeres amarradas a veleros blancos, como gaviotas mudas de aleteo cadente, con aire limpio del estrecho. Vuelvo mañana a por más música, sintiendo el aire frente al pedaleo, oyendo el incesante tintineo de los mástiles, muda escama de la lonja, el golpe de los mil euros, Hisham aullando sus cadenas.

Y apenas, la niebla.