No hay una ciudad más invadida de leyendas y secretos que Marbil-la.
A quien le extraña, con cuatro puertas abiertas a los cuatro mundos, mal
vigiladas y con un continuo trasiego de gentes de todos los colores, y de calañas
y orígenes tan extraños como para desconfiar. Unos entran con productos del
campo, otros con bestias y carros, otros blanden cruces y como poseídos van amenazando
a diestro y siniestro. Todos se restriegan las ropas en la estrechez de las
puertas y en las callejuelas de la al-Qasaba con los marbellíes creyentes que
salen en busca de alimento, aire, y también de mujeres que merezcan la pena un
suspiro de placer.
La más transitada es la puerta del oeste, de donde sale el
camino de tierra hacia Barbesula y a toda África más allá del estrecho. Y a
unos metros de esa puerta, junto al barranquillo del espanto, es donde está mi
haza, que llaman equivocadamente del mesón. Haza y casa conseguidos con tremendo
engaño de viejo musulmán que soy, a la mayor gloria de Aláh, con decreto
firmado por la mismísima mano del hijo del demonio, el Rey católico don
Fernando. El documento de propiedad, más cinco pliegos con la historia deste
secreto, lo tengo enterrado junto al pozo de la huerta y esto es gran verdad y
no leyenda ni mentira contada.
Pueden creerlo porque yo soy de quien hablan en
Marbi-la los viejos que quedan en las calles oscuras de la Bab ai Bahr cerca
del mercado. En voz baja se lo contarán para no avivar la maldición, que ya
dura por cinco siglos. Y si prefieren escucharlo de voz humana, busquen al cojo,
Manuel, que todavía vive en esas callejuelas.
Les dirá que yo soy Máhdi Ziryáb al-Wafid ibn Lakhoua, hijo de
Héla y Anís, hijo de Lakhua el hayy de la alquería del Daidín del
Guadaiza, nuestro paraíso en esta tierra, aldea que mandó quemar la esposada
del hijo del demonio, la reina Doña Isabel, desde su estancia de Ronda. Pregúntenle
al cojo cómo es posible que yo acabara recibiendo de sus majestades
cristianas tal casa y huerta de tamaño siendo un moro huido de la persecución.
Pues les hará pasar a los cuartos al fondo de su cestería, para contarles la
increíble historia de mi regreso a esta ciudad, como falso trinitario recogido
por la comitiva de infieles venida desde la capital bordeando penosamente por
toda la costa, de cómo casi muerto que me encontraba en el bosque de la Vibora me
convertí por arte de birlibirloque en falso monje de los descalzos gracias a mi
piel clara y a unas palabras castellanas, cuchillo, sangre y pescuezo,
que me enseñó Fáthi el Maryam, un mujannathún, un pobre
desgraciado con voz de mujer, que solo por eso fue condenado y marginado de por
vida a degollar los corderos de la alquería.
De cómo me incorporé al grupo de
trinitarios que venían mandados por su majestad para abrir convento dentro de
las murallas, cerca de la Bab al-Málaga, donde bate el viento, donde viví diez
años como fraile cocinero. De cómo tuve que escapar cuando se descubrió mi
origen musulmán, para malvivir de mendigo , de músico callejero, de carpintero,
de panadero, hasta que conseguí montar el dur-al-jaray, el prostíbulo más
antiguo de la Marbil-la, y cómo finalmente con trucos y trampas pude amañar los
títulos de propiedad del haza y la casa en los arrabales.
Pregúntenle por qué el portón de madera de la casa quedó
atrancado para siempre, y qué venganza preparé a conciencia por haber, el
demonio de los infieles, mandado quemar mi paraíso, y de cómo cayó la maldición
sobre la huerta y por toda Marbil-la, como una daga queda clavada en un corazón.
Maldición que dura ya cinco siglos, ¡y otros cinco más que ha de durar!
Pregunten por qué nadie se ha atrevido todavía a abrir el
portón ni acercarse al pozo. Busquen al cojo y prepárense para escuchar.
Hay leyendas y secretos, sí, las hay basadas en historias
reales, documentadas o no. Las hay que son pura anécdota, la mayor parte inventadas,
y las hay creadas por mentirosos compulsivos que manipulan a sus vecinos al
ritmo de sus patrañas. Pero también las hay reales, tan ciertas como que he vivido
yo, Máhdi Ziryáb al-Wafid ibn Lakhoua, hijo de Héla y Anís, hijo de Lakhua el hayy
de la alquería del Daidín del Guadaiza.
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