martes, 16 de julio de 2013

El secreto del Haza del mesón y el falso trinitario



No hay una ciudad más invadida de leyendas y secretos que Marbil-la. A quien le extraña, con cuatro puertas abiertas a los cuatro mundos, mal vigiladas y con un continuo trasiego de gentes de todos los colores, y de calañas y orígenes tan extraños como para desconfiar. Unos entran con productos del campo, otros con bestias y carros, otros blanden cruces y como poseídos van amenazando a diestro y siniestro. Todos se restriegan las ropas en la estrechez de las puertas y en las callejuelas de la al-Qasaba con los marbellíes creyentes que salen en busca de alimento, aire, y también de mujeres que merezcan la pena un suspiro de placer.

La más transitada es la puerta del oeste, de donde sale el camino de tierra hacia Barbesula y a toda África más allá del estrecho. Y a unos metros de esa puerta, junto al barranquillo del espanto, es donde está mi haza, que llaman equivocadamente del mesón. Haza y casa conseguidos con tremendo engaño de viejo musulmán que soy, a la mayor gloria de Aláh, con decreto firmado por la mismísima mano del hijo del demonio, el Rey católico don Fernando. El documento de propiedad, más cinco pliegos con la historia deste secreto, lo tengo enterrado junto al pozo de la huerta y esto es gran verdad y no leyenda ni mentira contada.

Pueden creerlo porque yo soy de quien hablan en Marbi-la los viejos que quedan en las calles oscuras de la Bab ai Bahr cerca del mercado. En voz baja se lo contarán para no avivar la maldición, que ya dura por cinco siglos. Y si prefieren escucharlo de voz humana, busquen al cojo, Manuel, que todavía vive en esas callejuelas.

Les dirá que yo soy Máhdi Ziryáb al-Wafid ibn Lakhoua, hijo de Héla y Anís, hijo de Lakhua el hayy de la alquería del Daidín del Guadaiza, nuestro paraíso en esta tierra, aldea que mandó quemar la esposada del hijo del demonio, la reina Doña Isabel, desde su estancia de Ronda. Pregúntenle al cojo cómo es posible que yo acabara recibiendo de sus majestades cristianas tal casa y huerta de tamaño siendo un moro huido de la persecución. Pues les hará pasar a los cuartos al fondo de su cestería, para contarles la increíble historia de mi regreso a esta ciudad, como falso trinitario recogido por la comitiva de infieles venida desde la capital bordeando penosamente por toda la costa, de cómo casi muerto que me encontraba en el bosque de la Vibora me convertí por arte de birlibirloque en falso monje de los descalzos gracias a mi piel clara y a unas palabras castellanas, cuchillo, sangre y pescuezo, que me enseñó Fáthi el Maryam, un mujannathún, un pobre desgraciado con voz de mujer, que solo por eso fue condenado y marginado de por vida a degollar los corderos de la alquería.

De cómo me incorporé al grupo de trinitarios que venían mandados por su majestad para abrir convento dentro de las murallas, cerca de la Bab al-Málaga, donde bate el viento, donde viví diez años como fraile cocinero. De cómo tuve que escapar cuando se descubrió mi origen musulmán, para malvivir de mendigo , de músico callejero, de carpintero, de panadero, hasta que conseguí montar el dur-al-jaray, el prostíbulo más antiguo de la Marbil-la, y cómo finalmente con trucos y trampas pude amañar los títulos de propiedad del haza y la casa en los arrabales. 

Pregúntenle por qué el portón de madera de la casa quedó atrancado para siempre, y qué venganza preparé a conciencia por haber, el demonio de los infieles, mandado quemar mi paraíso, y de cómo cayó la maldición sobre la huerta y por toda Marbil-la, como una daga queda clavada en un corazón. Maldición que dura ya cinco siglos, ¡y otros cinco más que ha de durar!

Pregunten por qué nadie se ha atrevido todavía a abrir el portón ni acercarse al pozo. Busquen al cojo y prepárense para escuchar.

Hay leyendas y secretos, sí, las hay basadas en historias reales, documentadas o no. Las hay que son pura anécdota, la mayor parte inventadas, y las hay creadas por mentirosos compulsivos que manipulan a sus vecinos al ritmo de sus patrañas. Pero también las hay reales, tan ciertas como que he vivido yo, Máhdi Ziryáb al-Wafid ibn Lakhoua, hijo de Héla y Anís, hijo de Lakhua el hayy de la alquería del Daidín del Guadaiza.



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