jueves, 27 de septiembre de 2012

Viaje de ida y vuelta



¿Cómo pudimos llegar allí sin conocer el camino? 

Esta es la historia de ese paseo. Que planeamos tanto cuando eramos libres y retrasamos cuando, por fin, podíamos hacerlo. 
Pero ha sido real como todo lo vivido, juro que no ha sido un sueño, porque oí tu voz en mi oído: “despierta, son las nueve, estamos por fin solos, por qué no lo hacemos hoy?”, ¿te refieres al paseo por lo eterno? te contesté.


                                                    


Fue un sábado de otoño,
con la mañana fría
fue temprano, como los deseos,
muy temprano, por qué te amaría.

Y ese lugar debía estar
donde no hubiera sierras
ni ríos, ni ciudades
solo océano, solo azul
solos con nuestras soledades.

Veintitrés años esperando
para dar ese paseo,
la orilla mansa y vacía
y tres caballos blancos, galopando.

Eternidad que nos esperaría
donde siempre la imaginamos
siguiendo la línea de costa.
Justo allí, donde se acaba el tiempo, nos amamos.

Con un sol de nubes blancas
y un inmenso azul delante,
entre dunas y murmullos
lo Eterno fue como amarte.

Y los tres caballos blancos
galopaban de felicidad
el agua clara, la arena tibia
por eso supimos, que era nuestra eternidad.

Volvimos sin mirar atrás
después de cumplir el sueño,
un sábado de otoño y brisa suave,
atrás veintitrés años

miércoles, 26 de septiembre de 2012

De lluvia y sexo


La primera mañana de lluvia les sorprendió haciendo el amor.

Les provocó una sonrisa última sin apenas esfuerzo, sin quejido de placer y quizá una sensación de amar ligero (vieron las gotas resbalando lentamente por la ventana, sintieron esa seca humedad dentro de si).

Que ya no amarían jamás en madrugadas de verano, con lluvias torrenciales y turbias, que amarían más bien en noches ahogadas de placer y furia de almohadas, ahogadas en pasión, que a partir de ahora serían, solo Ser.

Y juran que lo harían libres ya de sudor y con movimientos de cuerpo cercano y respirado, de íntimas noches de cortinas echadas cayendo a impulsos de líquido húmedo, amor!. (y los amantes inquietos se revolvieron entre repentinas bajadas de presión atmosférica y empuje arterial a punto de sucumbir en un bramido de fusión histérica), Animal.

¿Cuánta poesía llenó ese vaso oscuro?, ¿cómo pudo la repentina lluvia colarse esa mañana pausada, de ritmo de corazones lentos, lamentos de inspiraciones de aire fresco y miradas desfogadas?, por rendijas no imaginadas, por la rabia cercana a explotar, Sexo.

Pero la primera lluvia es como la primera mujer, siempre se agita más aún cuando fluye ligera por esos caños secos del final de un setiembre escaso, pero acaba resbalando dispersa y blanca sobre piernas de lujuria, Hambre.

Sucedió que volvieron la vista a un exterior bronco y gris que se dispersaba hacia el mar y decidieron darle la espalda desnuda para internarse de nuevo en un mundo de oscuridad carnal y sábanas, ahora ya amadas. Lluvia.

martes, 11 de septiembre de 2012

La Argentina y el fin del mundo


El silencio es dueño del amanecer cuando subo la persiana medio dormido, y me asomo a un día limpio y profundo que viene ya por el mar, es un presagio, el instinto que me sopla un mensaje de algo cercano a punto de ocurrir. La felicidad viene a galope sobre un cielo todavía negro… y pienso en una ciudad lejana, a dos mil kilómetros al norte.

Junto a un mar frio, es soleada, con muchos cafés, y tiendas de ropa usada, vintage. Las aceras siempre llenas de gente, entre el gentío distingo una cara familiar. La llamo pero no me oye, gira la cabeza como buscando algo, siento frio entonces y cierro la ventana. Ahora los ladridos suenan huecos y ahogados.

Y el día es claro, aparecen las primeras nubes diminutas junto al sol, no son nubes, poeta, son miles de gaviotas negras a su alrededor. Se apagan las primeras luces de la ciudad, al igual (pienso) que en esa ciudad del norte. Vuelvo entonces a abrir la ventana en un arrebato de optimismo. Corro por la casa abriendo todas las ventanas. 

Será un día grande. Se acercan las gaviotas riendo, se disuelven las nubes, el mar se encrespa de un blanco limpio, el cielo ya es azul inmenso, la cafetera por fin me silba una música conocida.

Mientras recorro el pasillo siguiendo la estela del humo de café intento poner orden entre tanta felicidad momentánea, a ver: una ciudad lejana, el mar frio, la luz clara, un relato de poética muy contenida, las ventanas abiertas de par en par. Pero fue una despedida con llanto, sin palabras, mi hija dio media vuelta y se perdió entre el gentío.

Bebo el café mientras el tren se aleja de la ciudad lejana, hacia un aeropuerto en la lejanía y por fin un avión en lo alto, muy lejos de todo, más allá de todo lo lejano. Contemplo por última vez la ciudad allá abajo, diminuta ya, con sus calles abarrotadas y ella perdida, pero una maldita nube inmensa me la tapa para siempre. Y vuelvo a llorar.

Suena el timbre y abro la puerta. Me encuentro con una mujer rubia de piel transparente y mirada helada, un hombre joven con ojos negros y tristes y a su lado una niña petrificada. Llevan unas revistas baratas y de formato pequeño.
-   
    -Señor, perdone tan temprano…- dijo el hombre algo nervioso.
    -Nada, nada, dígame- miro de soslayo las revistitas.
    -Mire señor, estamos haciendo la misma pregunta a los vecinos del bloque-.
    -Si…
    - ¿Cómo cree usted que será el fin del mundo?- y se me quedan mirando los tres.
-   - Mire –siento el café cálido en la garganta- , ahora mismo no le puedo responder a eso, pero si tocan en el B se lo dirán con todo detalle, son constructores y la suegra recién llegó de la Argentina para quedarse un mes.