viernes, 30 de marzo de 2012

Querida



Querida,


No sé nada de ti, espero que sigas recibiendo mis cartas, después de tantas enviadas no estoy seguro de que te lleguen. Luisito estará enorme ya, calculo que en la Universidad. Y mi pequeña Tina, me la imagino con una melena rubia y hecha una mujercita, siempre se pareció a ti. Tengo ya ganas de volver.

Aquí no me tratan mal, ya soy como de la familia, la rutina es siempre la misma, y las vistas de la bahía igual. Los suelos siempre tan blancos y brillantes, las puertas de vaivén con su ron ron, los pasillos tan largos con olor a medicamentos, y los ventanales cerrados. Eso es lo que peor llevo, siempre te lo cuento no sé por qué, no puedo abrir estas ventanas, aunque sea para oír el aire que sube del mar cuando me despierto de madrugada.

Los días pasan como ráfagas, y recuerdos de humo parecen los momentos que vivimos , evaporados están ya. Nos ponen música por la tarde para calmar la ansiedad, inyecciones de serenidad para el alma al anochecer y con eso vamos viviendo en un estado de placidez, pero sin duda mejor que saber la verdad. Cariño, yo no quiero saber eso, no lo quiero ni pensar, soy casi feliz, no lo sé, solo pregunto por el día en que saldré, pero nadie me quiere informar.

Si tú te enteras de algo, házmelo saber, no temas, sabes que soy incapaz de hacer daño ya, y que no he dejado nada a deber. A veces me entran dolores de angustia, como golpes de mar, y aprieto fuerte los dientes, me muerdo la lengua y me dicen que todo va a pasar. Cómo se abrirán estos ventanales, cómo se levanta el sol abajo en la avenida, cuando se irán estos males, dime, ¿tú sabes algo? Todo parecía tan bonito antes de que llegara esa maldita ola, que inundó nuestra vida.

La doctora me dice que persevere, que todo tiene cura, pero que no me podrá sanar lo de la escritura, eso no lo entiendo, yo solo sé que tengo que abrir estas ventanas, como sea.

Y que te quiero.

sábado, 24 de marzo de 2012

Hoy Fluye


Hoy fluye, fluye el día, fluye la mañana que arrancó clara, fluye mi cuerpo empujado por un leve viento, el café no quema, no hay esperas, la gente habla, fluyen estas notas pasajeras. No se ve la primavera, esa de la que hablan, solo la intuyo, mientras fluyo por mis ideas, mi mente clara hoy se sienta, en un intento que se transparenta por momentos.
Me acaban de sonreír, el periódico me tutea, este viernes se desparrama, avanza hacia el fin de semana. Parece sin prisa hoy, fluye mi lápiz sobre la libreta, empujado por mis relatos de prosa poética, de historias con incógnita, el día avanza tan deprisa, y mi relato con él, que temo que el lápiz rompa su punta.

¿Debo frenar y concluir mi relato?, ¿o al contrario acelero y escribo con desenfreno?, ¿y de qué escribimos tanto?, ¿qué queremos contar?, ¿es que queremos que nos lean ó necesitamos soltar lastre?, ¿tantas historias ahí fuera, que tienen que ser contadas?, ¿tanta realidad? ¿ó es pura ficción lo que vemos?. Miramos la existencia de otra manera los viernes, ó es que todo se pone de acuerdo para fluir. Somos expertos en huir, de fin de semana.

No me quedan más preguntas, Hoy todo va, mi mente vuela y huye, la mañana avanza en transparencia hacia un sábado sublime, no puedo cazar mis pensamientos porque van en todas direcciones, no preguntes, solamente observa: ¿de qué escapas, que esperas,? No vendrá ese tren, echa andar, fluye.


Nivel 50, Sala 15 B


La densa nevada caída anoche sobre la ciudad se va convirtiendo en algo cotidiano. Incluso Francesc lo había llegado a aceptar como una consecuencia inevitable del último gran conflicto bélico. Es martes, 18 de abril de 2033, son las nueve y veinte de la mañana.

El día ha amanecido tan gris que hoy no se ve el sol sobre el mar ni siquiera desde esta gran obra de ingeniería inaugurada hace dos años por la Alianza de Sociedades Libres, antigua ONU, para albergar la Biblioteca del Mundo. Esta fantástica torre de cristal y aluminio moleculado contiene todos los libros producidos por la Humanidad. Desde los manuscritos de la filosofía Ayurvédica de hace miles de años, hasta un pequeño libro de relatos breves editado hace unos minutos en una editorial universitaria de Sidney.

Francesc acaba de tomar su café Perú ecológico en el Sky Starbucks de la planta 63, bebido con calma en una mesa junto a la cristalera, desde ella se domina la ciudad a una altura solo apta para mentes equilibradas, él prefiere no mirar. Se concentra en ajustar todos sus mecanismos digitales, conectarlos a la red neuronal de la Biblioteca y prepararse para una larga jornada como Controlador de las salas de Poesía y Literatura del siglo XXI (período prebélico).

Se encuentra ya en el Mecanismo Impulsor (ascensor) de paredes semilíquidas, y mira fijamente a un detector de pupilas que activará el propulsor. Piensa en la planta 43, el Sensor Telepático detecta su pensamiento y el transportador sale impulsado hacia ese nivel. No lo tiene superado, aún tiene que cerrar los ojos al viajar por esos Mecanismos de última generación. A pesar de que después de conseguir el trabajo en la Gran Biblioteca tuvo que someterse a un tratamiento de desprogramación para atenuar los sentidos de altura y velocidad.

Al pasar a la altura de la planta 50, le suena un pitido avisador del ipod @ que lleva instalado debajo de la piel en su muñeca izquierda. “Otra vez –piensa-, el mismo pitido que la semana pasada, y siempre en esta planta”, decide cambiar de pensamiento para no alarmar al pequeño cerebro del Mecanismo Impulsor, que viaja ya lanzado por el aire ingrávido el gigantesco atrio del rascacielos.

Aterriza en la planta 43 y después de entretenerse unos segundos en el pasillo elevado, contemplando el movimiento de grandes cruceros allí abajo, como hormiguitas blancas entrando y saliendo lentamente del puerto, decide volver arriba. Ya son varios días con ese mismo aviso y la luz morada de alarma atravesando la piel de su antebrazo. Al fin y al cabo una de las salas bajo su control se encuentra en el nivel 50, el que emite el aviso tan molesto. 

Piensa en la planta 50, en la sala 15 B, y el Mecanismo le transporta hasta allí en segundos. Con un abrir y cerrar de pestañas y después de escuchar un humanizado “bonjour Francesc” se abre la puerta de cristal al ácido de color verde manzana, el color asignado a la Poesía y Literatura Mediterránea del siglo XXI. 
Avanza por el pasillo central decidido a detectar el error que provoca esa alarma tan molesta. Enormes estanterías de un blanco impoluto se elevan a los dos lados como edificios fantasma alineados silenciosamente en una avenida sin tráfico ni gente, sólo él en esa inmensa sala traslúcida con vistas de vértigo al océano. Gira a su derecha, en dirección a la bahía de la ciudad, el pitido es cada vez más fuerte y su corazón se acelera, la luz morada se hace fija. Las nubes se están moviendo y chocan contra la fina fachada de cristal ionizado de la Gran Biblioteca, Francesc pone sus manos en la cristalera como intentando coger un pequeño cúmulo limbo cargado de nieve, a pesar de poder atravesar el cristal con la mano la nube se ha disuelto al contacto con los iones. 

Ahí en frente, delante de sus ojos lo tenía, la causa de tanta alarma era un pequeño libro de tapas blancas y lomo rojo, edición rústica, pero humilde, de 25 páginas como mucho, en idioma castellano. Estaba escondido entre grandes volúmenes de Poesía Experimental y Literatura Española sobre la Gran Recesión de 1998-2014 y el Colapso de principios de 2015. No se lo podía creer, un librito tan básico le había estado amargando la jornada laboral desde hacía dos semanas. 

Por fin cazado. Sonriendo lo saca del estante y se lo mete en el bolsillo de su chaqueta de cuero negro, antes de salir no pudo evitar girarse para echar una última mirada al espectacular paisaje que había a sus espaldas, una ciudad nevada como de juguete allí abajo, las nubes y el cielo en frente, y el sol lejano cubierto de una fría bruma nuclear permanente. 

Pero tiene un presentimiento sobre el libro y siente la urgente necesidad de elevarse hasta la planta 63, sentarse junto al vacío con un “blue mountain” humeante y echar un buen vistazo a ese intrigante manuscrito español. Antes de entrar en el Mecanismo Impulsor se cubre la muñeca izquierda con un viejo trozo de cinta aislante, para eludir el control del Cerebro Central de la gran torre. 


viernes, 23 de marzo de 2012

Mi vida con Marianne


Fue mudarme de barrio y la existencia me cambió radicalmente, esta historia increíble empezó en un paso de cebra mal cruzado, y aquí me tienen, pegándome la gran vida en una mansión de la Cascada de Camoján. En la casa de Marianne. Aquí no hay moral ni pecados, ni majaderías de esas que te enseñan desde chico.

¿Que quién es Marianne? no sé como contarles, es una fiera indomable, una morena de uñas largas y de sangre caribeña, una mujer temible, con decirles, en la urbanización la llaman La Bestia. Pero joder, que bien se vive con ella. La sensación de poderío al bajar a Marbella en su Lamborghini rojo descapotable es indescriptible. Lo conduce con rabia, haciendo rugir sus 16 válvulas, y soltando fuego por el tubo de escape. Bajamos como una exhalación a Puerto Banús, donde pasamos días sublimes, de vicio y depravación, sin límite, y lo mejor: sin arrepentimientos.

Su casa era la más alta de la ciudad, hasta que un alemán podrido de dinero se levantó una especie de castillo en la parcela de arriba, “Helmut Gott“ pone en su buzón. El tipo va siempre sudando con una camisa estampada de flores, no para de espiar a los vecinos, escondido detrás de su seto, con la manguera en la mano. Parece que está en todos lados y que lo controla todo.

Todo iba bien, hasta que ayer aparcó su enorme Mercedes blanco marfil, con una ostentosa estrella plateada en el capó, delante de nuestra puerta.
-oh, oh, Marianne, tenemos problemas.-avisé inmediatamente- El tocino de arriba, el omnipresente, está tocando nuestro timbre.
-¡JA, JA!, –le salió una carcajada heladora- ¡ábrele!, que ya tenía yo ganas de decirle cuatro cosas a ese comemielda todopoderoso –dijo con sorna mi jefa-, entretenlo en el salón mientras me pongo el vestido de Prada.
-Morgen, Señor Gott -dije sin mirarlo a los ojos, mientras le abría la cancela.
-Gracias hijo, yo te bendigo -el petulante me puso una mano fría y grasienta en la frente- y si me haces el favor me quitas la capa y la guardas- me escrutó con una mirada lasciva.
-¿está Marianne en la casa?, no me contestes, sé que está porque la huelo. - ¿y tú que pintas aquí, en Villa Leviatán, con esa carita de bueno?- yo no tenía ni idea de qué demonios quería decir, y no me gustaba su tono, pero por suerte para mí bajaba ya Marianne por las anchas escaleras de caracol. Como una diva, pisando con fuerza cada escalón, iba despampanante la tía, con su vestido color rojo sangre pegado a su escultural cuerpo como una segunda piel, con un escote que quitaba la respiración y una cremallera, jesús que cremallera, recorriéndole todo el vestido desde la entrepierna hasta la pechera.

-¡Uy uy uy, pero mira quién ha venido a vernos!, pero si es el sabelotodo de la urbanización, con camisa de flores, uuuhhh mira mira, pero si es papito con sandalias y calcetines blancos, vaya, - vi fuego en esa mirada y me recorrió un escalofrío -, te veo como nunca, estás Divino chico- Marianne se recolocó los pechos con las dos manos, y los puso a dos palmos de las gafas del alemán. Yo abrí los ojos y se me escapó una sonrisa de placer.
-¡Marianne!, ¡no me provoques!, ¡ya sabes que tus bromas me alteran! No me quemes la sangre que ya no estoy para eso. Mira, iré al grano…
-¡tú al grano! Pero si tú eres el Señor de los Camelos, el experto en circunloquios, ¡siempre rondando a la gente inocente!, ¡dime que te trae, seboso, que tengo mucho mal que hacer!

Yo estaba de pie en medio de los dos, y en vista del tono que estaba tomando la conversación me pegué a la chimenea, intentando mimetizarme con la piedra.

-Bestia parda…. ¿sabes que tu dobermann ha entrado en mi jardín y le ha hincado los colmillos  a mi gato?, y ni YO lo he podido reanimar, ese animal del Dem…¡oohh no me hagas hablar!! Marianne hija de Satanás, ¡¡no me hagas hablar!! ¡Que sabes que estoy del corazón!
-¡Mira, so mariconaso!, a mi casa no vengas de santito, que te conozco mu bien, menúa tangana tienes liada allá abajo en Marbella, asustando a la pobre gente con la excusa de la resessión, y comiéndoles el coco con el sesso y con la canne. -yo ya ni respiraba, no entendía nada, quería desaparecer, hice un intento de irme a la cocina pero Marianne me paró en seco.
-¡Vade Retro!, no nombres la carne, retrocede cornuda, ¡tú! que tienes a la ciudad infestada de corrupción, ¡que controlas el tráfico de influencias, el blanqueo de capitales y todo ese puterío que hay en la calle!
-¡Cierra esa boca, so pájaro, represor! Que tienes a tus empleados sobando carne tierna, y luego los vistes con faldas negras pa que no se les note el bongo, pero claro tú aquí arriba no te enteras de la mitad.. Y me voy a callar que!!
-AHHHH que me da, ay que me da, que me falta el aire, que me duele el alma, que esta lucha dura ya demasiado y se hace eterna. ¡Te voy a fulminar con los estatutos de la comunidad!
-Mira goldo hüevon, estoy de tus dieh mandamientos hasta la vulva, mi amol, hasta el mismo sapo, ¿me oyes?, ¡y lárgate ya ó no respondo!

Menudo agarrón, no hubo manera de un diálogo a tres, intenté intervenir pero no me dejaron hueco, estos dos personajes lo ocupan todo, es un rencor que viene de lejos, un odio eterno.

Los tuve que separar para evitar una tragedia. Así estamos todo el bendito día en la Cascada de Camoján, esta urbanización que parece tan apacible desde allí abajo. Pero aún así yo de aquí no me muevo, prefiero seguir con mi Marianne Bel Sebú, de los Sebú de Camaguey, y moviéndome por la costa en su Lamborghini Diablo. Además les daré un consejo, escriban una nota y métanla en el bolsillo de su chaqueta, que diga clarito: “SI ME PASA ALGO, POR FAVOR QUE ME LLEVEN A LA CASA DE MARIANNE”. Disfrutarán como en su vida no lo hicieron, no se imaginan cómo me lo agradecerán. Nos vemos pronto, OK?


martes, 20 de marzo de 2012

Es la Realidad, estúpidos.

Hoy lunes no acabo de encontrar el camino, no es sueño lo que tengo es hastío, es que estoy perdido, no le encuentro sentido a las cosas. Huyendo de esa realidad (no de la Vida) me escapé a tomar un café grande, una dosis letal. Lo tomé en silencio absoluto, ausente pero pensativo, solitario pero sin quererlo…

A la vuelta a mi trabajo las cosas están algo más claras, resulta que la Verdad en mayúsculas no está donde siempre nos dijeron, no está en los Evangelios, ni en los Yoga Sutras de Patanjali, ni siquiera en el Tao Te Ching. La Verdad está en el interior de cada uno.

La prueba está en el portero de mi oficina, allí estaba con la panza apoyada en la barandilla de la avenida, mirando al sol y sacándose los mocos, placida y tozudamente, importándole todo un comino. Esa es la Verdad. Duro, eh?

lunes, 19 de marzo de 2012

Nivel 50, Sala 15 B

La densa nevada caída anoche sobre la ciudad se va convirtiendo en algo cotidiano. Incluso Francesc lo había llegado a aceptar como una consecuencia inevitable del último gran conflicto bélico. Es martes, 18 de abril de 2033, son las nueve y veinte de la mañana.


El día ha amanecido tan gris que hoy no se ve el sol sobre el mar ni siquiera desde esta gran obra de ingeniería inaugurada hace dos años por la Alianza de Sociedades Libres, antigua ONU, para albergar la Biblioteca del Mundo. Esta fantástica torre de cristal y aluminio moleculado contiene todos los libros producidos por la Humanidad. Desde los manuscritos de la filosofía Ayurvédica de hace miles de años, hasta un pequeño libro de relatos breves editado hace unos minutos en una editorial universitaria de Sidney.

Francesc acaba de tomar su café Perú ecológico en el Sky Starbucks de la planta 63, bebido con calma en una mesa junto a la cristalera, desde ella se domina la ciudad a una altura solo apta para mentes equilibradas, él prefiere no mirar. Se concentra en ajustar todos sus mecanismos digitales, conectarlos a la red neuronal de la Biblioteca y prepararse para una larga jornada como Controlador de las salas de Poesía y Literatura del siglo XXI (período prebélico).

Se encuentra ya en el Mecanismo Impulsor (ascensor) de paredes semilíquidas, y mira fijamente a un detector de pupilas que activará el propulsor. Piensa en la planta 43, el Sensor Telepático detecta su pensamiento y el transportador sale impulsado hacia ese nivel. No lo tiene superado, aún tiene que cerrar los ojos al viajar por esos Mecanismos de última generación. A pesar de que después de conseguir el trabajo en la Gran Biblioteca tuvo que someterse a un tratamiento de desprogramación para atenuar los sentidos de altura y velocidad.

Al pasar a la altura de la planta 50, le suena un pitido avisador del ipod @ que lleva instalado debajo de la piel en su muñeca izquierda. “Otra vez –piensa-, el mismo pitido que la semana pasada, y siempre en esta planta”, decide cambiar de pensamiento para no alarmar al pequeño cerebro del Mecanismo Impulsor, que viaja ya lanzado por el aire ingrávido el gigantesco atrio del rascacielos.

Aterriza en la planta 43 y después de entretenerse unos segundos en el pasillo elevado, contemplando el movimiento de grandes cruceros allí abajo, como hormiguitas blancas entrando y saliendo lentamente del puerto, decide volver arriba. Ya son varios días con ese mismo aviso y la luz morada de alarma atravesando la piel de su antebrazo. Al fin y al cabo una de las salas bajo su control se encuentra en el nivel 50, el que emite el aviso tan molesto.

Piensa en la planta 50, en la sala 15 B, y el Mecanismo le transporta hasta allí en segundos. Con un abrir y cerrar de pestañas y después de escuchar un humanizado “bonjour Francesc” se abre la puerta de cristal al ácido de color verde manzana, el color asignado a la Poesía y Literatura Mediterránea del siglo XXI.
Avanza por el pasillo central decidido a detectar el error que provoca esa alarma tan molesta. Enormes estanterías de un blanco impoluto se elevan a los dos lados como edificios fantasma alineados silenciosamente en una avenida sin tráfico ni gente, sólo él en esa inmensa sala traslúcida con vistas de vértigo al océano. Gira a su derecha, en dirección a la bahía de la ciudad, el pitido es cada vez más fuerte y su corazón se acelera, la luz morada se hace fija. Las nubes se están moviendo y chocan contra la fina fachada de cristal ionizado de la Gran Biblioteca, Francesc pone sus manos en la cristalera como intentando coger un pequeño cúmulo limbo cargado de nieve, a pesar de poder atravesar el cristal con la mano la nube se ha disuelto al contacto con los iones.

Ahí en frente, delante de sus ojos lo tenía, la causa de tanta alarma era un pequeño libro de tapas blancas y lomo rojo, edición rústica, pero humilde, de 25 páginas como mucho, en idioma castellano. Estaba escondido entre grandes volúmenes de Poesía Experimental y Literatura Española sobre la Gran Recesión de 1998-2014 y el Colapso de principios de 2015. No se lo podía creer, un librito tan básico le había estado amargando la jornada laboral desde hacía dos semanas.

Por fin cazado. Sonriendo lo saca del estante y se lo mete en el bolsillo de su chaqueta de cuero negro, antes de salir no pudo evitar girarse para echar una última mirada al espectacular paisaje que había a sus espaldas, una ciudad nevada como de juguete allí abajo, las nubes y el cielo en frente, y el sol lejano cubierto de una fría bruma nuclear permanente.

Pero tiene un presentimiento sobre el libro y siente la urgente necesidad de elevarse hasta la planta 63, sentarse junto al vacío con un “blue mountain” humeante y echar un buen vistazo a ese intrigante manuscrito español. Antes de entrar en el Mecanismo Impulsor se cubre la muñeca izquierda con un viejo trozo de cinta aislante, para eludir el control del Cerebro Central de la gran torre. 

jueves, 15 de marzo de 2012

Donde se acaba el olivar


Recuerdas con una sonrisa esas claras mañanas de invierno en las que bajabas con tu padre del pueblo a la almazara, en la furgoneta citröen dos caballos que heredaste de tu abuelo, por esa carretera con precipicios a los lados y el río en lo hondo, con escarcha en el parabrisas y los dos callados.

Abajo el valle era amplio y te gustaba ir mirando las laderas con casas blancas y almendros, olivares interminables más arriba y allá en lo alto las siniestras peñas.

En el pueblo solían decirte que a esas rocas nadie sube, que cuidado con los cortijos abandonados, siempre oíste que a donde terminan los olivares no se va y menos al atardecer. Y como te estremecía ese dicho de que “no quieras ver las sombra de un olivo viejo bajo la luna de invierno”. Todas esas cosas las sabías, ¿por qué subiste esa tarde?, ¿por qué no te quedaste en el pueblo con la abuela?

Ella te contaba junto a la chimenea esa leyenda de la viuda que vive sola en un cortijo abandonado, en la Peña, donde nadie se atrevía a subir. Y los viejos del pueblo repetían en el bar aquella historia de una ciudad de grandes piedras funerarias de varios siglos de antigüedad, rodeada de una pradera de hierba todavía sin pisar. Tu padre te contaba poco, lo de tu madre casi lo enmudeció.

Una tarde acompañé a mi padre y mi primo mayor en su cacería, las perdices subieron a las lomas altas del olivar, yo perseguía una liebre y me cambié de calle, de repente sonó un estruendo de escopeta y oí gritos. Salí despavorido, huyendo ladera arriba, los pies hundiéndose en la tierra arcillosa, hasta que encontré el camino que bordea el monte, y maldita sea, lo tomé en sentido equivocado. Entonces el sol cayó sin crepúsculo.

-Dime cómo te llamas.
-¿Para qué?
-Para no olvidarte.
-no me acuerdo ya.
-Da igual, te quedas conmigo.
-¿Dónde estamos?
-En el cortijo de la Peña.
-¿ese del que hablan en el pueblo?
-Sí - y me clavó una mirada negra.
- ¿y usted vive aquí sola?
-No me repliques más.
-¿Cuándo puedo volver al pueblo?
-Me suena tu cara, niño, yo creo que conocí a tu madre.
-¿puedo salir un momento fuera?
-Claro que sí, pero vuelve pronto, que la noche es un laberinto.

El silencio era inmenso, sólo el aire pasaba entre las piedras. La peña era una gran terraza dominando el valle, pero no distinguías la carretera allí abajo, ni había casas cerca del río, y tampoco veías el pueblo encaramado a tu derecha, ni el castillo detrás, Alla Agoreum.

domingo, 11 de marzo de 2012

Microrrelato Existencial


                                                    
Esta mañana salté de la cama asaltado por un planteamiento, una duda vital que no podía aclarar durante el sueño. Como a estas alturas de la vida vivo en un tercero A decidí consultar con mis vecinos, primero toqué en el B, donde una joven me aclaró que el origen de todo es el Chi, la Energía Universal. El señor del C, en pijama, me contestó que la causa de todo es su mujer. Como la angustia no se iba fui a tocar en la última puerta, y un tipo sin afeitar me lanzó: ¿y a ti que te importa?.

Me volví a la cama con un portazo en la cara, y una duda resuelta.

sábado, 10 de marzo de 2012

Los cristales rotos. El descubrimiento

Guardé el secreto del descubrimiento.

A pesar de mi temprana edad, yo ya podía imaginar lo que supondría contar eso a mi padre, o a las amigas del pueblo. Tuve que morderme la lengua y apretarme los dientes para que no se me escapara ni un suspiro, ni un gimoteo de dolor, ni de rabia.

Y hay más, en el reverso del retrato pude leer el nombre de la mujer y la fecha, nada encajaba. No sé porque miré, fue un error, solo sirvió para hundir más el puñal en el pequeño corazón de una niña inocente de 12 años, que hasta esa misma tarde pensaba que su madre era quien le habían contado, Lucía Martens, una profesora francesa titulada en la universidad de la Sorbona, joven, hija única como yo, y que me adoraba, que murió de una grave y repentina enfermedad. Eso me contaron siempre.

Y ese mismo día decidí acabar con mi infancia, me hice una adulta amargada de repente y por decisión propia, eso me marcaría de por vida, perdí toda inocencia y credulidad, incluso mi risa infantil se convirtió en una sorna rajada y cruel, sarcástica. Mis chispeantes ojos azules cambiaron a un azul amarillento y agrio, un azul quemado.

Desde la ventana de mi cuarto en la planta de arriba contemplé fríamente el cementerio que se extendía entre nuestro jardín trasero y la iglesia medio abandonada. Ya empezaba a caer el sol por el otro lado del pueblo y los cipreses arrojaban unas sombras que asustarían a cualquier niña de mi edad, pero a mí esa tarde me atraían hipnóticamente.

Presentí en ese momento que el nombre que siempre leí gravado en la lápida de mi madre era falso, era otro engaño más. Bajé al jardín trasero sin hacer ruido, empujé la pequeña verja de madera que daba paso directamente al cementerio pero no tuve fuerzas para abrirla ó quizá la mujer enterrada en esa tumba mohosa me lo estaba impidiendo.

Rodeé la casa sigilosamente, con mi padre dentro, salí a la calle, que ya olía a humedad de cementerio, con los primeros rayos de luna llena reflejándose fríamente en las ventanas de las otras casas. Caminé pegada al muro de piedra hasta encontrar el primer tramo medio derrumbado por el que pude saltar. Tratando de ignorar las tumbas grises y las amenazantes cruces de metal oxidado que se inclinaban hacia mí, y llegué.

En pie delante de ella, con mi cuerpo paralizado, de 12 añitos de niña envejecida, una lágrima de odio me recorrió entera.

jueves, 8 de marzo de 2012

Cosas que no debe uno dejar de contar

A veces ocurren cosas que te rompen los esquemas y la esperada rutina mental y social, hoy he afilado mi lápiz para contar algo que me pasó hace justo una semana, durante la cual mi subconsciente ha estado trabajando intensamente sin que yo me diera cuenta y ahora súbitamente saca a la luz.

  Eran las 11 de la mañana de un día de estos de luz que atraviesa el invierno de lado a lado, me encontraba con una amiga escritora de cierto nivel y mucha curiosidad intelectual, desayunábamos en nuestra cafetería preferida, LKN la llamamos abreviada y sinceramente para que no se difunda demasiado, ese lugar encantado, como una jaula de cristal donde el sol entra hasta el mismo corazón de los clientes creando un extraño clima de placidez y modernidad. Aquí es donde estoy escribiendo este relato, una semana después, en mi moleskine roja.

Hablábamos fluidamente sobre temas absolutamente trascendentes a nuestra edad: los hijos, las preocupaciones, la escritura, la novedad. Y mucho más. Estábamos sumergidos en una plácida y relajada conversación de nivel nada superficial cuando el perro de mi amiga (no revelaré su nombre para mantener su intimidad) salió de su letargo debajo de la mesa y se acercó a un perrito negro de su mismo tamaño pero de distinto sexo, equilicuá.

Y aquí comenzó este relato, en ese instante, tan irrelevante pero a la vez convincente, diría yo.

Porque el dueño de la perrita negra, que se nos sentó a la mesa, resultó ser un personaje salido de la Marbella de los años 80, si no de los 70, que durante una hora de monólogo existencial, durante la cual nos mantuvo con los ojos abiertos y la boca bien cerrada, nos contó la historia de la ciudad, desde que desembarcó por aquí el Príncipe Don Alfonso de Hohenloe hasta que llegó Atila ganando elecciones por mayoría absoluta y sembró la ciudad de cadáveres y de corrupción (también absoluta).
Que si charlas en la peluquería con Audrey Hepburn, cañas en un bar con cualquier Maharahá del Rajastán, encuentros banales con cualquier majara de los anales de la monarquía celestial, Monacal, centroeuropea y colonial. Todo, este tipo lo largó todo.

Mi amiga tuvo varios arranques de intervención, pero el personaje, de iniciales P.B., como British Petroleum pero al revés, le quitó las ganas, que atrevimiento le dije yo con un gesto.

El perro de mi amiga aprovechó mejor la hora. Resultó que la perrita negra era muda y guapetona, menuda oportunidad.
Habrá más.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Ya la puedo imaginar. (La Tienda de las Ilusiones)


Ya puedo ver la cara de sorpresa de la gente, entrando. Quiero imaginar la inauguración de la tienda, ya queda menos, será sensacional, ya hemos mandado las tarjetas de invitación, van por el aire como besos lanzados por soplos de ilusión.  Sé que vais a venir todos, que no va a faltar nadie. Yo ya no puedo dormir.


Y tendrá una alfombra de seda roja, unas ventanas de plata azul, al entrar le colocaremos a la gente una sonrisa y les diremos al oído: “tranquilo, no hay prisa”, no venderemos nada pero habrá beneficios, las estanterías de madera blanca y llenas de sugerencias, libros de papel, juguetes rotos, figuritas que se rían de todo aquel que ose entrar sin una risa. 


Y el producto estrella, las libretas de colores y a granel, de todos los colores que existen, y los que vamos a inventar después. Los libritos dedicados personalmente, con páginas en blanco obviamente, para que cada cliente (perdón, cada ser) los rellene a placer, que suelten ahí toda su rabia, todos sus relatos, cada día un rato, cada día un poema, hasta que se queden sin penas.


No habrá bombillas, habrá velas, y entretelas, cortinajes de ideas que caigan desde el techo, que será azul celeste y con estrellas.

Cobraremos con la imaginación, no con efectivo, cada cual como pueda, con un cuento, con un “no sé qué”, y solo pagarán los altivos, pero les cobraremos bien.


La fiesta de apertura no terminará, siempre habrá poetas recitando, musicalidad de fondo, globos de arte flotando en el entorno, espías y envidiosos musitando, libros de escritores noveles sin premio todavía, a los otros los mandaremos al otro lado de la vía. Para demostrar que no tienen premio les haremos leer capítulos, de su vida, de sus preocupaciones, y si intuimos que son auténticos, se podrán quedar a firmar con lápices de punta fina, con plumas de volar pasiones. 


De esa manera, quién no querrá entrar?, pero, podéis esperar unos días? falta todavía lo esencial, falta un punto de ilusión, una pizca de pasión, y la licencia de apertura, dios.

El Origen de Todo


El Principio de Todo no se puede relatar, fue viento, como tampoco versar, fue un simple sentimiento.

Tronó como un gran desasosiego, como un libro de Pessoa, un poema sonoro, fundacional.

Como un presentimiento en absoluta intimidad, un Inicio en soledad.

El Origen fue un grito de odio que se escapó de la negrura y ya nadie pudo atrapar. Gacelas de amor en estampida, casidas de un llanto que inundó la llanura. Como un golpe de mar en el desierto, como un espanto. Fue un gran Sol de oro que brilla, que me mira, y ensimismado se despierta, yo lo contemplo sentado junto a la orilla.

Fue un sueño imposible de imaginar, fue un salto al vacío con los ojos cerrados, una bicicleta de plata sobre un puente de madera, que tiembla a mi paso. Igual que una brisa de sal, que me avisa: el Origen ha comenzado, que ya nada será lo mismo pero todo será igual.

Y en el final fue una hoja en blanco, con todo por escribir, y por inventar, que voló de un suave soplo, de tanta simplicidad.

lunes, 5 de marzo de 2012

Invertir la realidad. (Mi tienda de las lusiones)


Hay gente que invierte en Bolsa de Valores, otros en propiedades inmobiliarias, otros invierten el tiempo en no hacer nada, como el inútil del portero de mi bloque de oficinas que se pasa la mañana apoyado en la barandilla de la calle mirando al sol como buscando algo que se mueva por el espacio exterior. Yo invierto la realidad.
Y tengo buenos dividendos. Siento muchísimo el relato de ayer sobre La Soledad pero gracias a ese gran salto que pegué desde la cama, y del que todos fuisteis testigos, hoy me siento con la mente en calma y dispuesto a contar sobre como invierto mi tiempo, sobre todo en horario laboral y retribuido, con la tranquilidad de que mi jefe no trabaja en esta oficina sino en Madrid, a seiscientos kilómetros de distancia de aquí, y no tiene ni idea de que tengo un blog, y menos todavía se imagina que soy un falsario. 
Resulta que yo le doy la vuelta a todo lo que se me presenta por delante, no invierto en nada realmente, solo voy surfeando por los acontecimientos vitales, por los cimientos de la existencia mundana, arrastro mis zapatos levemente por la acera para no molestar, para pasar desapercibido. Es la mejor estrategia, el otro día una funcionaria de Hacienda me maltrató verbalmente y con obstinación, yo me acordé de lo que me repite los miércoles Rigden, el monje budista que me enseña los principios de la filosofía oriental: nada de enfadarse, es la peor emoción, y tal y como la funcionaria me escupía palabras yo le devolvía sonrisas, y con lo feísima que es la tía (y juro que se llama Margarita!) yo voy y le digo que el sol, que esa mañana entraba tan temprano ya por la cristalera, se reflejaba en su cara iluminándola. Se me rindió la funcionaria, y desde ese día es mi amiga, ha suavizado su mirada y ya no me escupe palabras, pero sigue siendo feísima la condenada.
Y así hago con todo, intentando darle la vuelta a la realidad, tal cual. Desde hace dos o tres años recibo unas llamadas de teléfono en la oficina de gente muy diversa preguntando por “Antigüedades Nicanor” (vaya nombre, pienso yo), yo siempre respondo educadamente, como me imagino que responderían en un auténtico anticuario, que NO, que se han equivocado. Y ese público heterogéneo siempre me contesta como con prosa literaria, por lo que sospecho que se trata de un mercado con alto poder adquisitivo. Y eso me está haciendo pensar. ¿y si invirtiera la realidad completamente?, ¿y si a partir de la próxima llamada equivocada respondiera que sí, que qué desea, en que le puedo ayudar?, sí digamé?.Da igual lo que me pidan, un espejo del Dieciocho, un trisillo Isabelino, un quinqué, “¿señora, qué?”. Lo tengo todo a mi alcance, se lo haré llevar por un módico precio que incluya el transporte y un buen margen, es mi oportunidad para darle la vuelta a mi realidad. Veo a Rigden sonriendo y advirtiéndome que deje que todo fluya, que no fuerce la situación. Me proveeré de todo tipo de objetos en la casa de mi madre, que en sus dos casas tiene cuadros, muebles y decoración suficientes para llenar un museo, y que decir de mi hermano pequeño a quien que su suegro le pegó la sana costumbre de coleccionar cachivaches, objetos inútiles y cacharros sin destino marcado, por Dios. 
Y si la tienda de antigüedades falla, tengo una idea genial. Resulta que todas las semanas recibo otra misteriosa llamada, esta vez del departamento de morosos de una de las grandes compañías telefónicas, en la que me preguntan por tal ó cual vecino de mi bloque, incluso a veces por mí, para reclamar deudas y facturas impagadas. A veces incluso llegan tan lejos en su atrevimiento que me piden que si me puedo acercar, por favor, y dejar una nota debajo de la puerta al vecino de parte de la compañía de teléfonos. Ven la oportunidad de invertir la realidad? 
La próxima vez voy a decir que si, que conozco al vecino en cuestión y que puedo hacerme cargo de la gestión, y que por una suculenta comisión puedo dejar notas, hacer visitas a discreción y todo lo que se tercie, incluso llevar la lista de morosos de la gran compañía en toda la ciudad y alrededores. 
Pero un momento, si yo lo que realmente quiero es invertir en mi Tienda de las Ilusiones, de la que hablaré en mi próximo relato. Una tienda de libretas y cuadernos de colores, plumas mágicas, lápices de madera y con olores, libros personalizados, estanterías sin fin, que abra los domingos por la mañana y hasta en fiestas de guardar, donde vengan los adultos, niños no por favor, con problema existencial, y que salgan con ilusiones, por la puerta lateral.


domingo, 4 de marzo de 2012

La tienda de las ilusiones


Este relato no es lo que yo quería escribir, os ruego por tanto un poco de paciencia, es una advertencia, a Volivar, a Jesus, a Diego, A Daniel, a Julio el Lobo feroz y a Kanet, y a todos los que me leen. Esta mañana salté de la cama de un salto porque la cabeza no paraba de darle vueltas a un relato, a una historia imposible de escribir. Mañana lunes comienzo un curso de relato breve y mi mente se adelantó como una bala que sale del revolver antes de tiempo.

Después del tremendo salto me lavé la cara, que menos, me hice un café bien cargado y me puse a escribir en el absoluto silencio del salón, con toda mi familia durmiendo. Y eso hago ahora: estoy soltando todo en mi libreta roja Moleskine, escribo antes de que se me agoten las ideas, rápidamente, y ni siquiera sé el tema del relato.

Ahora sí: la buscamos desesperadamente y no la obtenemos, y si la tememos se presentará de inmediato, que es? La soledad. Vivimos en amalgama, en masa, en sociedad, sin descanso ni silencio que valga, hasta ahora perfecto, ¿no?, pues no, porque yo busco lo contrario. Porque yo soy un alma desalgamada, que se quiere despegar, soltar todo ese lastre, esa sustancia pegajosa y pestilente que nos une al vecino de enfrente, a los niños de arriba que te despiertan de la siesta, a la suegra que viene cuando menos te conviene normalmente para tú cumpleaños y te canta desafinando y desafiante el “cumpleaños feliz” con cara de perdiz. Lo cogéis ya? ¿y esa vecina tan graciosa del Tercero B que cuando estás haciendo el acto toca el timbre insistente y te pide té?, “Que?” le dices tú con cara de orgasmo. Que sociedad, que marasmo.

La amalgama te aporrea la puerta a todas horas, intentando venderte productos de oferta, pasados de fecha, caducos, con todo tipo de trucos, desde un pegamento hasta una extremaunción papal. Dios, te acosa por teléfono, por e-mail, por skype, por internet, por yo que sé. 

Yo quiero soledad, para escribir un rato, solo un relato por favor, quince minutos de nada, corro soltando palabras a borbotón antes de que el cura de mi parroquia me llame pidiéndome un donativo, ó que me llamen de la China para avisarme que ya está listo mi hijo adoptivo.

Llevo quince minutos exactos, no me quedan más, y llego a la conclusión de que no era esto, que yo no quería hablar de la soledad, que antes de dar el gran salto mortal mi sueño era sobre un establecimiento comercial, sí, hace días vengo dándole vueltas a un gran relato mágico sobre la Tienda de las Ilusiones que quiero abrir en una calle lateral, donde no se oiga el tráfico de la avenida principal. Y ahora me vuelvo a la cama, donde tenía que estar, con mi amalgama mental.

Pero os prometo un relato breve sobre mi Tienda de las Ilusiones. Perdón, ya sé que no rima esta frase final, pero tampoco rima la vida real. O sí?