Fue mudarme de barrio y la
existencia me cambió radicalmente, esta historia increíble empezó en un paso de
cebra mal cruzado, y aquí me tienen, pegándome la gran vida en una mansión de
la Cascada de Camoján. En la casa de Marianne. Aquí no hay moral ni pecados, ni
majaderías de esas que te enseñan desde chico.
¿Que quién es Marianne? no sé
como contarles, es una fiera indomable, una morena de uñas largas y de sangre
caribeña, una mujer temible, con decirles, en la urbanización la llaman La
Bestia. Pero joder, que bien se vive con ella. La sensación de poderío al bajar
a Marbella en su Lamborghini rojo descapotable es indescriptible. Lo conduce
con rabia, haciendo rugir sus 16 válvulas, y soltando fuego por el tubo de
escape. Bajamos como una exhalación a Puerto Banús, donde pasamos días
sublimes, de vicio y depravación, sin límite, y lo mejor: sin arrepentimientos.
Su casa era la más alta de la
ciudad, hasta que un alemán podrido de dinero se levantó una especie de
castillo en la parcela de arriba, “Helmut Gott“ pone en su buzón. El tipo va
siempre sudando con una camisa estampada de flores, no para de espiar a los
vecinos, escondido detrás de su seto, con la manguera en la mano. Parece que
está en todos lados y que lo controla todo.
Todo iba bien, hasta que ayer
aparcó su enorme Mercedes blanco marfil, con una ostentosa estrella plateada en
el capó, delante de nuestra puerta.
-oh, oh, Marianne, tenemos
problemas.-avisé inmediatamente- El tocino de arriba, el omnipresente, está tocando
nuestro timbre.
-¡JA, JA!, –le salió una
carcajada heladora- ¡ábrele!, que ya tenía yo ganas de decirle cuatro cosas a
ese comemielda todopoderoso –dijo con sorna mi jefa-, entretenlo en el
salón mientras me pongo el vestido de Prada.
-Morgen, Señor Gott -dije sin
mirarlo a los ojos, mientras le abría la cancela.
-Gracias hijo, yo te bendigo -el
petulante me puso una mano fría y grasienta en la frente- y si me haces el favor
me quitas la capa y la guardas- me escrutó con una mirada lasciva.
-¿está Marianne en la casa?, no
me contestes, sé que está porque la huelo. - ¿y tú que pintas aquí, en Villa
Leviatán, con esa carita de bueno?- yo no tenía ni idea de qué demonios quería
decir, y no me gustaba su tono, pero por suerte para mí bajaba ya Marianne por
las anchas escaleras de caracol. Como una diva, pisando con fuerza cada
escalón, iba despampanante la tía, con su vestido color rojo sangre pegado a su
escultural cuerpo como una segunda piel, con un escote que quitaba la
respiración y una cremallera, jesús que cremallera, recorriéndole todo el
vestido desde la entrepierna hasta la pechera.
-¡Uy uy uy, pero mira quién ha
venido a vernos!, pero si es el sabelotodo de la urbanización, con
camisa de flores, uuuhhh mira mira, pero si es papito con sandalias y
calcetines blancos, vaya, - vi fuego en esa mirada y me recorrió un escalofrío
-, te veo como nunca, estás Divino chico- Marianne se recolocó los pechos con
las dos manos, y los puso a dos palmos de las gafas del alemán. Yo abrí los
ojos y se me escapó una sonrisa de placer.
-¡Marianne!, ¡no me provoques!,
¡ya sabes que tus bromas me alteran! No me quemes la sangre que ya no estoy
para eso. Mira, iré al grano…
-¡tú al grano! Pero si tú eres el
Señor de los Camelos, el experto en circunloquios, ¡siempre rondando a la gente
inocente!, ¡dime que te trae, seboso, que tengo mucho mal que hacer!
Yo estaba de pie en medio de los
dos, y en vista del tono que estaba tomando la conversación me pegué a la
chimenea, intentando mimetizarme con la piedra.
-Bestia parda…. ¿sabes que tu
dobermann ha entrado en mi jardín y le ha hincado los colmillos a mi gato?, y ni YO lo he podido reanimar, ese
animal del Dem…¡oohh no me hagas hablar!! Marianne hija de Satanás, ¡¡no me hagas
hablar!! ¡Que sabes que estoy del corazón!
-¡Mira, so mariconaso!, a mi casa
no vengas de santito, que te conozco mu bien, menúa tangana tienes liada allá
abajo en Marbella, asustando a la pobre gente con la excusa de la resessión, y
comiéndoles el coco con el sesso y con la canne. -yo ya ni respiraba, no
entendía nada, quería desaparecer, hice un intento de irme a la cocina pero
Marianne me paró en seco.
-¡Vade Retro!, no nombres la
carne, retrocede cornuda, ¡tú! que tienes a la ciudad infestada de corrupción,
¡que controlas el tráfico de influencias, el blanqueo de capitales y todo ese
puterío que hay en la calle!
-¡Cierra esa boca, so pájaro,
represor! Que tienes a tus empleados sobando carne tierna, y luego los vistes
con faldas negras pa que no se les note el bongo, pero claro tú aquí arriba no
te enteras de la mitad.. Y me voy a callar que!!
-AHHHH que me da, ay que me da,
que me falta el aire, que me duele el alma, que esta lucha dura ya demasiado y
se hace eterna. ¡Te voy a fulminar con los estatutos de la comunidad!
-Mira goldo hüevon, estoy de tus
dieh mandamientos hasta la vulva, mi amol, hasta el mismo sapo, ¿me oyes?, ¡y
lárgate ya ó no respondo!
Menudo agarrón, no hubo manera de
un diálogo a tres, intenté intervenir pero no me dejaron hueco, estos dos
personajes lo ocupan todo, es un rencor que viene de lejos, un odio eterno.
Los tuve que separar para evitar
una tragedia. Así estamos todo el bendito día en la Cascada de Camoján, esta
urbanización que parece tan apacible desde allí abajo. Pero aún así yo de aquí
no me muevo, prefiero seguir con mi Marianne Bel Sebú, de los Sebú de Camaguey,
y moviéndome por la costa en su Lamborghini Diablo. Además les daré un consejo,
escriban una nota y métanla en el bolsillo de su chaqueta, que diga clarito:
“SI ME PASA ALGO, POR FAVOR QUE ME LLEVEN A LA CASA DE MARIANNE”. Disfrutarán
como en su vida no lo hicieron, no se imaginan cómo me lo agradecerán. Nos
vemos pronto, OK?