lunes, 16 de julio de 2012

Ave estival


Bajan a velocidad de vértigo, aparecen sobre mediados de junio, con el calor. Por ese valle de naranjales y ríos ya cansados, como serpientes sin alas, con trazas de azul metal. Silbando como flechas desafiantes, llegan puntuales a una estación de tiendas y cristal.

En verano, siempre en verano, es cuando se presentan esos trenes procedentes de una gran ciudad que arde en la meseta, y llegan cargados de preguntas que viajan en primera, y de almas derrotadas en los vagones de turista, con tarifas de oferta.

Y desembarcan en los 35 grados, divididos ya en dos seres gemelos, que conviven a la fuerza en un cuerpo sudado que se limita a arrastrar enormes maletas con ruedas, trac, trac, trac, por andenes y rampas con aire acondicionado, hasta llegar al taxi de mirada fatal, por las aceras derretidas de la existencia.

Almas vaporosas y húmedas, ellas con pashminas de un naranja intenso hecho a mano en un Nepal lejano, ellos siempre detrás, al borde del andén, como sombras de pena de azul turquesa.

Esas almas que aparecen súbitamente cada junio, que se limitan a revolotear y ondear al viento como banderas cansadas, sin más posibilidad, sin peso alguno, sin edad. Sin mensajes ni pensamientos, sin apenas esencia, solo suspendidas en el aire del sur, tibio por momentos.

Y a pesar de todo sobrevivimos, tomando una gran inspiración profunda, rebatida por escritores de novela negra, una inhalación de aire marino y salado que nos entra con una pureza que quema. Y flotamos durante jornadas de sopor, convertidos en puros espejismos de un desierto metálico que no parece tener final. 

Pedaleamos suavemente y sin fuerza hasta llegar a ese extraño sitio, esa tarde lánguida de calor amarillo imaginario, ese sitio extraordinario con vistas a un océano plano y con movimientos de lana, donde los poros se abren para sudar ese aire retenido en la inspiración de la mañana.

Justo cuando levantamos los brazos queriendo estirar nuestra existencia, es cuando cae, precipitándose sin ruido, desapareciendo detrás de una montaña de vapor, el gran globo rojo exhausto y quemado. Ese es el gran momento de las almas, que ligeras y liberadas, se elevan leves, vuelan como sopladas, vienen y van según el viento reinante, y se reflejan ya sin pesar en una lámina de agua salada.

Y sin embargo, en ese momento imposible pero que siempre llega, cuando el cielo se cubre de diamantes y todo es perfecto, es cuando arriba el último ave de la noche, procedente de la ciudad, en silencio y puntual. Como una gran serpiente de metal, nueve vagones, uno por cada mes de ausencia, de invierno, de paciencia, más una cabeza afilada y letal. Llega cargado de preguntas, sin maletas, que viajan en business class.

2 comentarios:

  1. Añadiría también a los polizones que se cuelan en la huída de la urbe del fuego y el hastío.

    Almas que buscan seguir igual pero en un escenario distinto, como si actuar en el barrio de Albarizas fuese diferente y aumentara la calidad de las luces del Lope de Vega. El sopor no tiene final si nos quedamos parados. Todo en la vida requiere un esfuerzo. Y te lo digo por experiencia. He estado tentado de abandonarme al sopor muchas veces, ayudado por la mediocridad que me rodea en la cercanía, pero le he dado una patada y he seguido llenando la existencia que, al menos, no se ha dormido en los laureles de la apatía, cuando todo invitaba a ello.

    Descripción muy bella de la noche. Me ha gustado el cielo lleno de diamantes y como el aire parece resucitar las ganas aliviando el fuego que se desprende de la esencia de las cosas y que ha sido acumulado durante el dia. El viento templado y vigorizante que empieza a dar la sensación del viaje el primera aunque estés sentado en el lugar que quieras. El viento que resucita la inspiración.

    Buena vuelta a las andadas. Hasta la próxima.

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  2. Gracias Juanjo, cuanto me alegro de que te haya gustado, he estado ausente varios dias, estoy muy liado, ya me pongo las pilas !!

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