lunes, 11 de junio de 2012

La Leyenda de la Reina de la Noche


Hoy he experimentado una sensación completamente nueva para mí, la que se siente al tener delante, a medio metro, en carne y hueso, a la persona con la que llevas noches soñando, y días enteros sin poder quitártela de la cabeza.

Es más; era la idea para un relato, esa idea genial a la que llegas después de exprimirte el pensamiento, atormentado día tras día por no tener nada que narrar. Y mi relato iba a ser dedicado a ella, era su protagonista, se iba a llamar “La leyenda de la reina de la noche” y estaba ya medio redactado. No miento, tengo las pruebas en mi libreta roja, para el que las quiera ver, si me invita a café.

Era un relato en prosa poética, pero ya no puede serlo, no después de la impresión que me ha dado verla tan cerca de mí, oliéndola, cubierta de harapos de verdad, con la piel tan crudamente quemada por la realidad, con la mirada perdida. La verdad del deseo frente a mí, yo sentado en una terraza con las piernas cruzadas leyendo El País, tan pulcramente urbano, con un Lavazza en taza blanca humeando delante de mí.

En la prosa poética mi protagonista arrastraba sus ropajes por la playa justo después de la media noche, venía hacia mí seguida por un nutrido grupo de seres desguazados, una procesión de inanes, almas en pena ignoradas brutalmente por la ciudad, que recobran su vida, y toda su dignidad humana, cuando se hace la oscuridad total, solo entonces.

Yo la esperaba, sentado en la orilla, quieto y obediente, en el sitio que ella me indicó en un susurro inaudible durante un encuentro no soñado, en plena avenida principal, donde siempre me la cruzo sin saber qué decir ni dónde mirar.

Absorto contemplando un mar invisible, de líquida negrura, mis manos jugaban con una arena todavía cálida, y a mi espalda el paseo marítimo convertido en una serpiente interminable de luces amarillas, con su siniestra gemela, deslizándose amenazante, en zigzag, sobre el agua negra de la bahía. Solamente se oían las tímidas olas de cresta blanca, el paseo nocturno de la luna, el leve aleteo de una cometa perdida, la danza mágica de unos eucaliptos gigantes, los diminutos peces plateados, que, huyendo de los barcos de pesca varados como fantasmas en el horizonte, llegaban coleteando hasta la orilla, y un tintineo de copas lejanas en los jardines del Marbella Club.

Y en ese preciso momento los oí, girando suavemente y con temor mi cabeza, la arena formando huellas con su avance, eran pura poesía, pura imaginación, eran la Nada. Yo temblaba sin frío, sin saber exactamente qué hacía allí, viendo como se acercaba esa procesión de despojos humanos, seres famélicos en retirada, los mendigos, con su dignidad temporalmente prestada por la oscuridad.

No, no portaban velas, ni vestían túnicas, nada de cantos rituales ni danzas macabras, solamente seguían a su Reina. A la leyenda de la Reina de la Noche.

En ese breve encuentro real en la avenida ella me advirtió con un 
dedo enhiesto que aceptaba mi propuesta, que me encontraría con ellos en su guarida de verano, pero que allí ellos mandaban, y bajando la voz me murmuró que me enseñarían a ver el firmamento, a contemplar como caen las estrellas a media noche, a mirar como llueve el cielo para complacer a la tierra.

Fue un encuentro buscado por mí, en mi obsesión por ese personaje real, una más de esas aventuras donde yo solo me meto, esos empeños míos en conocer y trabar amistad con los seres más extravagantes. Esa comodidad que desde tiempos del colegio he sentido al rodearme de gente inusual, rompedora de reglas y costumbres, y que se acentuó en mi etapa de universidad al sentirme como en la gloria con los alternativos, los anti sistema, los indignados de verdad, los creadores, los que no hacen nada, los que no compiten, los inútiles, y finalmente con los soñadores.

José María Sánchez Alfonso. Junio de 2012.


2 comentarios:

  1. Me gusta esta tipo de escritura interior y tranquila, entre la aborágine de ficción y velocidad de hoy en día. Gracias.

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