La densa nevada caída anoche
sobre la ciudad se va convirtiendo en algo cotidiano. Incluso Francesc lo había
llegado a aceptar como una consecuencia inevitable del último gran conflicto
bélico. Es martes, 18 de abril de 2033, son las nueve y veinte de la mañana.
El día ha amanecido tan gris que
hoy no se ve el sol sobre el mar ni siquiera desde esta gran obra de ingeniería
inaugurada hace dos años por la Alianza de Sociedades Libres, antigua ONU, para
albergar la Biblioteca del Mundo. Esta fantástica torre de cristal y aluminio moleculado
contiene todos los libros producidos por la Humanidad. Desde los manuscritos de
la filosofía Ayurvédica de hace miles de años, hasta un pequeño libro de relatos
breves editado hace unos minutos en una editorial universitaria de Sidney.
Francesc acaba de tomar su café Perú ecológico en el Sky Starbucks de la planta 63, bebido con calma en una
mesa junto a la cristalera, desde ella se domina la ciudad a una altura solo
apta para mentes equilibradas, él prefiere no mirar. Se concentra en ajustar
todos sus mecanismos digitales, conectarlos a la red neuronal de la Biblioteca
y prepararse para una larga jornada como Controlador de las salas de Poesía y Literatura
del siglo XXI (período prebélico).
Se encuentra ya en el Mecanismo
Impulsor (ascensor) de paredes semilíquidas, y mira fijamente a un detector de
pupilas que activará el propulsor. Piensa en la planta 43, el Sensor Telepático
detecta su pensamiento y el transportador sale impulsado hacia ese nivel. No lo
tiene superado, aún tiene que cerrar los ojos al viajar por esos Mecanismos de
última generación. A pesar de que después de conseguir el trabajo en la Gran
Biblioteca tuvo que someterse a un tratamiento de desprogramación para atenuar
los sentidos de altura y velocidad.
Al pasar a la altura de la planta
50, le suena un pitido avisador del ipod @ que lleva instalado debajo de
la piel en su muñeca izquierda. “Otra vez –piensa-, el mismo pitido que la
semana pasada, y siempre en esta planta”, decide cambiar de pensamiento para no
alarmar al pequeño cerebro del Mecanismo Impulsor, que viaja ya lanzado por el
aire ingrávido el gigantesco atrio del rascacielos.
Aterriza en la planta 43 y
después de entretenerse unos segundos en el pasillo elevado, contemplando el
movimiento de grandes cruceros allí abajo, como hormiguitas blancas entrando y
saliendo lentamente del puerto, decide volver arriba. Ya son varios días con
ese mismo aviso y la luz morada de alarma atravesando la piel de su antebrazo. Al
fin y al cabo una de las salas bajo su control se encuentra en el nivel 50, el que emite el aviso tan molesto.
Piensa en la planta 50, en la
sala 15 B, y el Mecanismo le transporta hasta allí en segundos. Con un abrir y
cerrar de pestañas y después de escuchar un humanizado “bonjour Francesc” se
abre la puerta de cristal al ácido de color verde manzana, el color asignado a
la Poesía y Literatura Mediterránea del siglo XXI.
Avanza por el pasillo
central decidido a detectar el error que provoca esa alarma tan molesta. Enormes
estanterías de un blanco impoluto se elevan a los dos lados como edificios
fantasma alineados silenciosamente en una avenida sin tráfico ni gente, sólo él
en esa inmensa sala traslúcida con vistas de vértigo al océano. Gira a su
derecha, en dirección a la bahía de la ciudad, el pitido es cada vez más fuerte
y su corazón se acelera, la luz morada se hace fija. Las nubes se están
moviendo y chocan contra la fina fachada de cristal ionizado de la Gran
Biblioteca, Francesc pone sus manos en la cristalera como intentando coger un
pequeño cúmulo limbo cargado de nieve, a pesar de poder atravesar el cristal con
la mano la nube se ha disuelto al contacto con los iones.
Ahí en frente, delante de sus
ojos lo tenía, la causa de tanta alarma era un pequeño libro de tapas blancas y
lomo rojo, edición rústica, pero humilde, de 25 páginas como mucho, en idioma castellano.
Estaba escondido entre grandes volúmenes de Poesía Experimental y Literatura
Española sobre la Gran Recesión de 1998-2014 y el Colapso de principios de
2015. No se lo podía creer, un librito tan básico le había estado amargando la
jornada laboral desde hacía dos semanas.
Por fin cazado. Sonriendo lo saca
del estante y se lo mete en el bolsillo de su chaqueta de cuero negro, antes de
salir no pudo evitar girarse para echar una última mirada al espectacular
paisaje que había a sus espaldas, una ciudad nevada como de juguete allí abajo,
las nubes y el cielo en frente, y el sol lejano cubierto de una fría bruma nuclear
permanente.
Pero tiene un presentimiento sobre el
libro y siente la urgente necesidad de elevarse hasta la planta 63, sentarse junto
al vacío con un “blue mountain” humeante y echar un buen vistazo a ese
intrigante manuscrito español. Antes de entrar en el Mecanismo Impulsor se
cubre la muñeca izquierda con un viejo trozo de cinta aislante, para eludir el
control del Cerebro Central de la gran torre.
Felicidades compañero. Me gusta este último relato tuyo. Es sugerente e inquietante. Eres un verdadero camaleón. A mi la ciencia- ficción no suele atraerme mucho. Recordé a" Un mundo feliz". Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Mina, me alegro de que te haya gustado!
Eliminarbesos
Qué bueno, José María. Todo un derroche de imaginación. Me ha gustado y provoca la curiosidad de seguir leyendo hasta el final.
ResponderEliminarComo se nota tu evolución en la escritura.
Un abrazo.
Miguel
Gracias Miguel, viniendo de tí es un honor porque tú tienes más expericencia.
EliminarSaludos, Jose María